Versión revisada – Noviembre 2022
I. Amistad.
Esta historia empieza con un muchacho, un fanático que tenía al Maestro de Providence en una estima tan alta que prácticamente su mundo entero giraba en torno a él. Hablamos de Robert Barlow, un crío talentoso, amante de la literatura, que tenía el coleccionismo como uno de sus objetivos principales. Y como todo buen coleccionista, no solo buscaba relatos, sino también cartas, artículos, cualquier cosa que tuviera relación con la literatura fantástica. La admiración que Barlow le profesaba a Lovecraft llegó a cotas tan altas, que el propio Lovecraft, a pesar de la edad de Barlow, lo convirtió en su albacea: el heredero de salvaguardar y custodiar su obra una vez ya no estuviera con vida. Y cuando digo: “a pesar de su edad”, es porque Barlow era un chiquillo, un fanático amable que se escurría entre todos los intersticios de la revista Weird Tales para conseguir la atención de sus ídolos.
¿Cómo Lovecraft nombra a Barlow el heredero de su obra? Todo indica que ocurrió en el contexto de un viaje que Lovecraft realizó a Florida y donde pasó unos días con la familia de Barlow. No hay demasiados detalles de la convivencia, pero os podéis imaginar el entusiasmo de Barlow y el paternalismo con el que Lovecraft se dirigiría a él, teniendo en cuenta la diferencia de edad, ya que en este febrero de 1936, Barlow tenía 18 años y Lovecraft 46 años… Cómo Lovecraft nombra a Barlow el heredero de su obra tiene múltiples respuestas. Quizá Lovecraft no esperara fallecer tan pronto, aunque el 15 de marzo de 1937, un año y un mes de su visita en Florida, fallece en Providence. Quizá su malestar le hacía pensar en la muerte, y por eso hablar de cuestiones testamentarias tenía sentido. Quizás, a esto último haya que sumarle una atención sobredimensionada en el joven Barlow, simplemente por satisfacer el entusiasmo del muchacho y agradecer su invitación. Agasajarle, digamos, teniendo en cuenta que Lovecraft no era ningún necio, y debía saber que Barlow no tenía la edad apropiada para que el traspaso de poderes se hiciera legalmente válido. ¿Era ese documento papel mojado, después de todo? Sí y no. Veamos por qué.
Annie Gamwell, la última tía viva de Lovecraft, le escribió un telegrama al pequeño Barlow en el que informaba del fallecimiento de Lovecraft. Barlow, sin pensárselo ni un segundo, recorrió los casi 2000 kilómetros que separan Florida de Providence para asistir al funeral. Pero en su fuero interno, a pesar de la tristeza de la pérdida de su mentor, había viajado por dos razones: honrar la memoria de su amigo, pero hacer efectivo el propósito con el que se le había honrado con el título de albacea. Barlow se presentó en el domicilio de Annie Gamwell y le enseñó el documento llamado “Instrucciones en caso de fallecimiento” que Lovecraft le había dado como demostración del traspaso de poderes. Os podéis imaginar el asombro de la anciana cuando el chaval, sentado en su sofá con gesto afable, pero mirada intensa, le hizo ver que cuanto Lovecraft había escrito, ahora legalmente le correspondía su custodia.
Annie Gamwell era una persona mayor, pero no era estúpida, y sabía que esa titularidad de albacea literario no tenía ningún valor real. Barlow no tenía capacidad de firmar contratos o hacer transferencias bancarias, que era una de las responsabilidades como albacea, puesto que no se trata únicamente de guardar los manuscritos, sino de hacer que estuvieran en movimiento en el sector editorial, con los beneficios que eso implicaba.
Lo siguiente que sabemos, nos lo pueden decir las figuras más próximas al propio Lovecraft, que se enteraron de que Barlow era albacea con el mismo asombro que Annie Gamwell. Graciosamente, August Derleth, del que os hablaré más en profundidad, ya tenía la mosca detrás de la oreja cuando el propio Barlow le escribió que estaba en posesión de algunos de los manuscritos de Lovecraft, y que le enviaría un paquete para que lo revisara. A Derleth ya le pareció extraño todo aquello, pero no estaba preparado para lo que encontraría cuando, en compañía de Donald Wandrei, otra de las figuras centrales de esta historia, fuera a visitar Annie Gamwell para darle el pésame y negociar un acuerdo comercial para publicar un libro definitorio en la historia de la Arkham House: The Outsider and Others… La vieja tía de Lovecraft les explicó lo que había ocurrido: un muchacho se apareció en casa con un papel que le confería la potestad legal sobre la obra de Lovecraft y, aunque ese papel no tenía valor, ella contribuyó a honrar la voluntad de Howard entregándole las llaves del castillo y haciéndole pasar a la cámara del tesoro. En consecuencia, Derleth y Wandrei encontraron los manuscritos expoliados. No quedaba nada.
II. Reacciones inesperadas.
Según S.T. Joshi, estudioso de todo el Círculo de Lovecraft, Annie Gamwell, en cuanto vio el documento de Barlow, no le dio crédito, pero quiso dárselo nombrándolo aun así legalmente albacea literario de Lovecraft. Joshi afirma que tiene un documento sobre el asunto legalizado adecuadamente por un notario. Aquí se abre una brecha de conocimiento, pero no cambia la historia, porque fuera de un modo u otro, Barlow actuó por su cuenta, dándole material a un librero llamado Claire Beck, que fueron vendidos, y granjeándose la inmediata enemistad de los demás escritores del Círculo de Lovecraft. Sin ir más lejos, nuestro querido chamán de la Sierra, Clark Ashton Smith se posicionó rápidamente en este conflicto, como se desprende en la siguiente carta:
«Por favor, no me escribas ni trates de ponerte en contacto conmigo de ninguna manera. No quiero verte ni oír hablar de ti tras conocer tu conducta con respecto al legado de un amigo tan querido».
Derleth, por su parte, recibió el paquete de Barlow y optó por una vía más diplomática tras su paso por la Providence, dirigiéndose al muchacho de la siguiente forma varios meses después del fallecimiento de Lovecraft:
«Sí, he recibido un gran paquete lleno de material que todavía no he tenido tiempo de revisar, y cuando estuve en Providence no hace mucho descubrí aún más; de hecho lo he traído también, y haré una selección de todo lo que pueda utilizar antes de devolvérselo a Mrs. Gamwell… Por cierto, me di cuenta de que Mrs. Gamwell estaba muy recelosa con respecto a la venta de la biblioteca de HPL. Tanto Wandrei como yo compramos un libro de Lovecraft como recuerdo, y le aconsejamos que hiciera caso del experto asesoramiento de Sam Loveman en cuanto al valor real de los libros. Nos dolió mucho, tanto a Don como a mí, descubrir que algunos de los objetos de Lovecraft habían desaparecido; no preguntamos cómo había sucedido ya que nos encontrábamos demasiado trastornados al ver de qué manera se había privado a Mrs. Gamwell de un dinero que podía haber conseguido por la venta de esos títulos ahora desaparecidos; y todos los números de la revista Weird Tales que HPL había recopilado, muchos de los cuales, los más antiguos, podrían tener un alto valor en el mercado».
La situación no tardaría de escalar el ámbito legal, el abogado Albert Baker de Providence escribió a Barlow el 7 de octubre de 1938 para dejarle claro que todo lo había hecho, había sido fuera del marco legal. El abogado también hizo hincapié en la necesidad de que la señorita Gamwell necesitaba toda la ayuda financiera posible, y si la obra de Lovecraft contribuía de algún modo a eso, Barlow tenía la obligación moral de responder. El abogado finiquita su arenga con las siguientes palabras: «Me veo obligado a solicitar y demandar que me devuelva, en calidad de albacea testamentario, todos los manuscritos, la colección de Weird Tales y demás revistas, y los mencionados libros del autor que ahora están en su poder…».
Pero Barlow no se dejó amedrentar por el abogado, y le rebatió a Baker con la siguiente carta:
«Siento mucho que la señorita Gamwell crea —como me hace saber en su misiva— que yo la hice precipitarse de alguna manera al llevar a cabo las instrucciones de Howard. Mi intención era llegar a Providence antes de su muerte; pero al no poder hacerlo intenté ayudar todo lo que pude. Como ya le habrá dicho ella, yo conocía sus asuntos literarios mejor que nadie, y es bastante significativo que confiara en mí, y no en August Derleth o Dónald Wandrei, o en cualquier otro, para que tuviera cuidado de ellos… Haré llegar la señorita Gamwell una copia de esta carta; me siento movido por el más entusiasta deseo de cooperar con ella; pero en vista de las circunstancias mencionadas arriba, quizás no del todo conocidas por usted, no creo estar obligado a cumplimentar sus demandas. Es terriblemente triste estar enfrentado por semejante actitud acerca de los regalos y deseos de mi difunto amigo… Sinceramente suyo, Robert Barlow».
Es fácil pensar que Barlow es el malo de la historia. Pero sería estúpido y reduccionista. Barlow realmente quería ayudar a la obra de Lovecraft, y lo hacía con el celo patológico de un fan incondicional. También hay que sumar su juventud, su desconocimiento del ámbito legal, y la animadversión con la que varios componentes del Círculo de Lovecraft se dirigieron a él entre reproches y palabras destempladas. No hay ningún indicio de que Barlow buscara enriquecerse con la obra de Lovecraft, aunque también es verdad que jamás le remitió ningún cheque de los beneficios obtenidos a la mujer, si es que hubo alguno. Nunca mejor dicho: sus intenciones carecían de visión de negocio y ánimo de lucro. Era solo la pasión y la torpeza de un muchacho que creyó que estaba haciendo lo mejor.
III. Arkham House.
El conflicto legal se dirimió a través del acuerdo de publicación del libro The Outsider and Others de Derleth y Wandrei. La buena fe de estos dos individuos, que firmaron un contrato que decía que las ganancias del libro irían directamente a las manos de Gamwell una vez se cubrieran gastos. Esto, sumado a la eficacia con la que Derleth siempre hacía los pagos, provocaron que Gamwell depositara su confianza en ellos en cuanto a la obra de Lovecraft; y hacia el 29 de enero de 1941, falleciendo ella, se tramitó que Derleth y Wandrei, con la aquiescencia de otros 2 herederos lejanos que no tenían ningún interés en retener los derechos de Lovecraft, obtuvieran la potestad para publicar la obra al completo.
Tanta es la legalidad de Derleth que el abogado que tramitó los derechos tras el fallecimiento de Gamwell quiso entregarle un cheque de 150 dólares que ella ya no podía cobrar, pero Derleth se negó diciendo que no recurriría a ese dinero y que pertenecía objetivamente a la herencia. Barlow, entre tanto, se apartó de la ecuación; no fue un escritor especialmente prolífico o interesante, sin restarle mérito a su obra poética. Tampoco ahondaré en su desgraciado final. Sí que lo veremos, no obstante, reapareciendo para ayudar a la Arkham House, pero de forma testimonial. El peso del legado cayó sobre Wandrei y Derleth, y esto pavimentó el camino para la fundación de la Arkham House, la editorial que ha hecho posible que hoy tengamos la obra de Lovecraft y todos los componentes del Círculo con la presencia que ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo.
Pero llegados a este punto, surgen dos cuestiones fundamentales: ¿quiénes son August Derleth y Dónald Wandrei?
V. El hombre gris.
Empecemos con Donald Albert Wandrei, otra de las estrellas fugaces de este panteón editorial. Al igual que Barlow, su obra literaria asociada a los Mitos es casi un accidente; publicó alrededor de 100 relatos de género, más una novela dos antologías y tres poemarios. No significa que su valor literario no resulte interesante, pero a día de hoy se le recuerda más por su contribución en la Arkham House que por cualquiera de sus obras, lo cual, por otra parte, es comprensible si entendemos el Círculo de Lovecraft como un ente tan elevador como fagocitador. A Wandrei la gente de su entorno lo describía como un hombre alto, delgado, de aire sereno, casi melancólico, que hablaba con la voz muy baja, como si temiese interrumpir u ofender. En cierto modo, un carácter muy compatible con la fiereza empresarial de Derleth.
Una de las razones por las que Wandrei carece de predicamento a día de hoy es por su enfoque tan pulp; al igual que Clark Ashton Smith, gozó de un éxito temprano excesivo, de los que luego no acompañan y terminan convirtiéndose en una losa. Tenía el talento para traspasar la frontera del escapismo básico, de plantear disquisiciones que resultaran atractivas a un lector más exigente; incluso tenía tablas para la poesía, a la que dejó escapar para centrarse nuevamente en historias de planteamiento más rudimentario. Desde luego influyó el que careciera de la persistencia necesaria para penetrar en el sector editorial; desde luego, no era una persona ambiciosa. Provenía de una familia acomodada y tenía la vida resuelta. Pero al menos se labró una carrera literaria que comenzó en 1927 con The Red Brain, publicado en la revista Weird Tales, cuando solo tenía 16 años. The Red Brain nos traslada a un universo donde las estrellas son obliteradas por un polvo cósmico de origen desconocido. Antes del fin, sin embargo, la especie que lo habita se recoge alrededor del consejo del Cerebro Rojo, un ser creado artificialmente que parece albergar las respuestas al conflicto. Poco después se animó con la poesía en Sonnets of the Midnight Hours, lo que inspiró a que Lovecraft también metiera la cabeza de lleno en la poesía con su Hongos de Yuggoth. Sin embargo, hasta 1930 a Wandrei se le abre un gran silencio de publicaciones. Esto no significa por otra parte que no estuviera contactado con la escena literaria con la que a día de hoy lo asociamos; de hecho, ya se carteaba con Lovecraft desde 1926, antes de su primera publicación.
La relación de Wandrei con Lovecraft fue similar a la de Barlow y otros tantos miembros de la “la vieja pandilla”, como se hacían llamar Frank Beknap Long, Samuel Loveman, Seabury Quinn, y muchos más. El interés por conocer gente afín era palpable en los desplazamientos de costa a costa y en las quedadas multitudinarias, muchas de las cuales quedaron recogidas en fotografías que contradicen el espíritu cenizo y solemne que se le suele atribuir a Lovecraft. Como fuera, la cuestión es que Wandrei entró a formar parte de este círculo en el que, de algún modo, Lovecraft acabaría convirtiéndose en el eje central, y se asoció con Derleth, haciéndose responsable de la búsqueda, corrección y pasado a máquina de las cartas de Lovecraft, en tanto Derleth, con más espíritu empresarial, se enfocaría en las cuenta de la editorial y en ejercer el verdadero papel de editor. La misión de Wandrei, en la que terminarían contribuyendo otros, entre los que encontramos al propio Barlow, podría parecer trivial, pero es gracias a esta panoplia de cartas que tenemos una mejor semblanza de Lovecraft. En cualquier caso, a su falta de tenacidad, ambición, o al simple hecho de que no tenía realmente un interés específico en ser reconocido por sus publicaciones, hay que sumarle el que nunca se casara ni se enfocara en la persecución de objetivos de grandeza. Tras la 2da Guerra Mundial, lo intentó con el cómic, pero nunca hizo un esfuerzo serio por conseguirlo, o al menos no hay una traza vivencial que dé a entender que combatió ese frente profesional con fiereza. Sencillamente, heredó el dinero de una tía millonaria que falleció y se contentó con no tener que volver a trabar nunca más. Poco más sabremos de él hasta el litigio de doce años que tendría con Arkham House, la misma editorial que cofundaría con Derleth.
Wandrei aparecerá a lo largo de la historia de la Arkham House, pero su irrelevancia histórica se constata desde el momento en el que no es protagonista de esta historia, sino un dato casi a pie de página. Arkham House, en realidad, va de August Derleth.
IV. El fuego.
Y mencionado Derleth, es obligatorio pasar a su figura, que no por ser la tercera en la lista, tras Barlow y Wandrei, es de menor importancia. Muy al contrario. Cuando hablamos de Arkham House, en verdad estamos hablando de August Derleth, quizá la que fuera la figura más controversial dentro. Y os preguntaréis por qué… Para empezar, Derleth tenía una visión empresarial muy definida. Un carácter fuerte, aunque no agresivo. Podríamos describirlo como un ogro leal. No quieres tocarle las narices, pero si vas a buenas, sabrás que no te va a engañar. A lo largo de la existencia de la Arkham House capitaneada por Derleth, hay testimonios que afirman su trasparencia con los negocios. Gente que cobraba anticipos muy nobles para la época…, y también gente que, imbuidos en el amateurismo típico de cualquier corriente artística, donde conviven aficionados con semiprofesionales y profesionales, se sentían molestos por las condiciones editoriales que Derleth les imponía. Sobre esto hablaremos más adelante, pero es sustancial remarcar que Derleth antes que escritor (que lo era, y con una abundancia que él mismo consideró contraproducente para la calidad objetiva de su obra en conjunto), era editor, y esto implicaba obtener ganancias, algo que la Arkham House nunca dio. Y aquí la piedra de Rosseta de Lovecraft en el presente: nadie en aquel entonces quería publicar seriamente nada que tuviera que ver con los Mitos de Cthulhu. Fue Derleth, con la ayuda relativa de Wandrei, quien colocó, con la aquiescencia de los herederos de Lovecraft, el primer ladrillo para salvaguardar la obra del Maestro de Providence. Se ha comentado en numerosas ocasiones que el celo de salvaguardar la obra de Lovecraft estaba relacionado con su anhelo de enriquecerse. Esto lo podemos enfocar desde la perspectiva del anhelo: quizá Derleth en algún momento creyera que esto fue posible. Pero la realidad nos demuestra que la Arkham House a lo largo de su existencia fue deficitaria, al punto de que era Derleth quien tenía que escribir su propia obra y venderla para pagar las facturas de la editorial. Esta persistencia a lo largo de las décadas nos hace sospechar de que, en algún momento, Derleth se percataría de que la editorial no estaba funcionando como debería. Por tanto, el rumor de un Derleth durmiendo sobre un montón de monedas de oro es una falsedad. Ahora bien, podríamos hablar largo y tendido del Derleth que vetaba publicaciones, como fue el caso de la biografía de Lovecraft que quería escribir Sonia Greene, la ex mujer de Lovecraft, con cartas que le fueron escritas a ella. Pero claro: Wandrei, Barlow y los demás miembros del Círculo asociados se habían encargado se recopilar un sinnúmero de cartas, sellándolas bajo el copyright de la Arkham House. Según Derleth, Sonia no podía utilizar cartas de Lovecraft que estuvieran con derechos, incluso aunque ella fuera la razón de que se escribieran.
A este respecto, tenemos una seguidilla de cartas que ilustra someramente este pleito:
Ray Bradbury a August Derleth el 19 de noviembre de 1947.
«He oído de varias fuentes en la ciudad que la esposa de Lovecraft ha aparecido de repente y está causando algo de alboroto. ¿Es esto cierto, o es, como de costumbre, el tipo de rumor mal pensado que prevalece entre los ciudadanos ineptos de la Fantasy Society de Los Ángeles?».
A lo que Derleth responde pocos días después:
«La esposa de Lovecraft apareció; ahora es la Sra. Sonia Davis, la viuda del esposo que tuvo después de HPL. Escribió una biografía titulada LA VIDA PRIVADA DE HP LOVECRAFT y quería incorporar muchos de sus prejuicios como si fueran partes importantes de su vida; ella también quería incluir cartas de Lovecraft, pero señalamos que la única forma en que podría hacerlo sería con nuestro permiso primero. No hemos sabido nada más de ella, aunque tuve una conversación con ella en la ciudad de Nueva York».
A esta dicotomía, que requiere mucho contexto, que requiere profundizar en por qué Greene quería escribir esta biografía, hay que sumarle el factor que quizá sea más relevante en toda la ecuación de Derleth: la judeocristianización de los Mitos de Cthulu. A día de hoy entendemos los mitos a través del prisma transformador y conservador de Derleth, cuya óptica religiosa establecía un maniqueísmo bastante simplón que confronta la visión de Lovecraft en la que no hay bien o mal, sino un gran cosmos que actúa muy por encima de la moral y el destino del hombre. Mientras el Maestro Providence establece una proporción en la que somos insignificantes, Derleth emplea los tropos clásicos de la mitología y la religión moderna: entidades bondadosas contra entidades malvadas, y la raza humana en medio. Es un planteamiento de un interés más bien escaso; Lovecraft define al maremoto como una fuerza de la naturaleza que carece de intención. Simplemente sucede; y esto es lo que lo hace tan especial. Esa capacidad tan humana, y tan moderna, de desprenderse de juicios morales y aceptar que lo bondadoso y lo malvado solo son percepciones mortales que se ajustan a existencias mortales. Juicios de los que carecen los cocodrilos, de los que carecen los tornados y las estrellas. Es de una riqueza conceptual sin parangón, y en esto Derleth no ha contribuido acorde al valor de la semilla. Pero tampoco hay que ser extremistas: es tan fácil como descartar las contribuciones orquestadas por Derleth. La obra original de Lovecraft y de los contribuyentes originarios: Clark Ashton Smith, Robert Howard, y muchos otros, sigue ahí, y ese es el auténtico valor de la Arkham House.
Así que a la pregunta de si August Derleth fue un déspota o un noble custodio, tiraremos por la vía del medio y diremos que fue el único que realmente se tomó en serio la conservación del legado de Lovecraft, con todo lo bueno y todo lo malo que eso implica. Hacer negocios molesta a mucha gente, sobre todo a la que no entiende las necesidades del sector editorial. No obstante, su impregnación religiosa en los Mitos en su hándicap a su calidad, pero no podemos demonizarlo simplemente por no ser tan talentoso y brillante como el Maestro de Providence. También fue celoso con la selección de relatos que compondrían las antologías. Mucha gente le achacó que él se colocara en primer plano, siendo el autor más publicado por la Arkham House junto al propio Lovecraft…, pero, he aquí la cuestión: su nombre era un reclamo comercial. La obra de Derleth vendía bien, y por incómodo que resultase para él o para los de fuera, su nombre era garantía de beneficios.
El semblante que Derleth hace sobre sí mismo en entrevistas y reportajes deja entrever a una persona resolutiva, con una fuerte determinación y un amplio sentido crítico. Su definición de autor católico es un ejercicio de separación autor obra bastante sensato. Y diré más: de la biografía escrita por Dorothy M. Grobe Litersky se desprenden dos factores muy interesantes que hacen pensar que Derleth no era ni mucho menos un remilgado.
La primera es que hay indicios que practicaba el nudismo. La segunda era que hablaba con franqueza de la sexualidad en todas sus vertientes. Teniendo en cuenta la mentalidad de la época, quizá no fuera el más LGTB-friendly del lugar, pero deja bien claro en varias ocasiones que le da exactamente igual quién esté con quién en tanto haya consenso y respeto. Dorothy en esta biografía incluso se atreve a tirar del hilo hasta dejar abierta la pregunta de si Derleth era bisexual. En honor a la verdad, es una especulación cogida con pinzas, pero no deja de nutrir una figura que durante décadas ha sido considerada un cascarrabias contra el mundo que tanta devoción le profesa a Lovecraft.