
¡Bienvenidos al Laboratorio de Mundos basado en el Zombi!
- Mundo I («Manifiesto Zombi») por Javier Nostromo.
- Mundo II por Coquín Artero.
- Mundo III («Recortes de quirófano zombi») por Morrigang.
- Mundo IV («6.5.4.2») por Iconikah.
- Mundo V («Otaotawhero») por Ángel León.
- Mundo VI («Ya no morimos, ya no matamos») por J. C. Gonzalez.
- Mundo VII por Shadow Rokhan.
Mundo I
por Javier Nostromo
Manifiesto Zombi
Una horda recorre Europa: la horda zombi. Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una Santa Alianza para acorralar esa horda.
El Vaticano, los presidentes de Italia, Alemania y hace poco el de España, se han posicionado a favor de nuestro exterminio. ¿Qué oposición al mundo de los no muertos no ha sido alguna vez, ni siquiera en la ficción, tan manifiestamente atroz de no dejar de pensar en lanzarse contra nosotros?
La izquierda y la derecha se unen en contra de una nueva sociedad que ha tomado conciencia de clase: el pueblo zombi.
De aquí surge una doble enseñanza: 1º Los zombis somos reconocidos como una auténtica fuerza equiparable a cualquier potencia europea y 2º El zombi original, la primera causa, junto con el primer zombi eslavo y un grupo inicial pequeño de 24 han expuesto al mundo con sus obras, que otro mundo alternativo al de los no muertos es posible.
Zombis de toda apariencia, género y edad han tratado de ser didácticos con la propia praxis para la aceptación del axioma que nuestra manera de ver el mundo, es la única posible.
Los no muertos, pretenden volver a imponer su sociedad de consumo, sus idas y venidas por las grandes superficies para la satisfacción de sus caprichos burgueses.
Nuestros hermanos zombis, gracias a nuestra inteligencia colectiva hemos desarrollado estas XI tesis sobre nuestra cosmovisión que compartimos con muertos y no muertos, y que inevitablemente regirán el futuro.
[I] El principal defecto de los no muertos, es
que solamente contemplan el disfrute del
mundo sensorial y físico desde la vida, es decir,
el de la no muerte, intentando imponer un único
ángulo de visión sobre algo vastísimo que es
por definición el mundo que nos rodea.
[II] El problema de si al pensamiento humano
se le puede atribuir una verdad objetiva, no es
un problema teórico, sino un problema práctico.
Es en la praxis donde el camarada zombi tiene
que demostrar la verdad por la fuerza de los
acontecimientos.
[III] La teoría materialista de que los hombres
son producto de las circunstancias y de la
educación, y de que, por tanto, los zombis son
producto de circunstancias distintas y de un
aprendizaje innato, conduce, pues, a dividir el
mundo en dos naturalezas, los opresores o
vivos, y los transcendentes o zombis.
[IV] Hay una dimensión religiosa
consustancial al ser humano en que atribuyen
una vida más allá de la vida, en un plano ajeno
a la existencia. Los zombis solo podemos
considerar al estado de no muerto, como un
estado previo a la integración plena en nuestra
existencia y la negación del plano celestial o de
cualquier creencia en un espíritu supérstite.
[V] Los sentidos y la percepción de la
realidad no es exclusiva del no muerto,
consideramos un oprobio y una arrogancia que
se nos niegue a los zombis que tenemos
sentidos y percepciones tan válidos como los de
los no muertos ahora, pero indefectiblemente
serán como nosotros en el futuro.
[VI] La esencia religiosa se encuentra en la
esencia humana. La esencia zombi solamente
cree en el otro zombi, en el colectivo, en el
rebaño.
[VII] La arrogancia lógica, discursiva y
euclidiana de los hombres ha lastrado al no
muerto a lo largo de los milenios. Nosotros
somos prueba viviente de esa negación de
principios.
[VIII] La vida social del hombre, solamente
le ha llevado a la alienación y a la codicia de
semejantes, los zombis no creemos en la
propiedad privada, el mundo nos pertenece por
igual a cada uno, solamente por el hecho de
existir.
[IX] Frente a la sociedad del no muerto
contraponemos una sociedad zombi, paritaria y
organizada que tras este periodo “dialéctico” de
lucha, llevará a la creación de una Internacional
zombi.
[X] El materialismo del hombre no ha hecho
más que envenenar a la naturaleza. Los zombis
surgimos de la naturaleza y nos integramos en
ella.
[XI] Los no muertos no han hecho más que
interpretar de diversos modo el mundo, los
zombis nos encargaremos de transformarlo.
Mundo II
por Coquín Artero
Evento 0. 1993: descubrimiento junto a la base Vostok de la Antártida, aislado bajo el hielo durante 20 millones de años, de un lago subglacial con macroclima autónomo.
Evento 1. Marzo de 2013. Incursiones en las aguas del lago Vostok, después de trepanar un tarugo de 3626 metros encuentran una bacteria que hace las veces de huésped de un virus que, a su vez, le permite seguir con vida en estado de hibernación. Aislado del exterior. Deciden relegar a la bacteria a un segundo plano y estudiar a fondo el virus, al que llaman “Morfeo”.
Evento 2: Mayo de 2013. Yuri Murmanski, microbiólogo del centro de investigación de enfermedades infecciosas de Moscú, viaja hasta Norilsk, ciudad empresa minera situada en uno de los puntos más remotos del país, donde solo se puede llegar en avión, con una muestra del virus Morfeo, para experimentar en el laboratorio de alto secreto, sito en una de tantas galerías abandonadas de la mina propiedad de la empresa Norilsk Nikel. Debido al estado de las instalaciones, el virus se propaga en primer lugar entre el equipo científico, poco después, los mineros y en última instancia, toda la población de Norilsk.
Evento 3: Julio de 2013. Dejan de llegar noticias desde la ciudad de Norilsk, las reservas llevadas en rompehielos al golfo de Yeniséi, destinadas al suministro de la población, se amontonan en las afueras del aeropuerto sin que nadie venga a por ellas. Achacan esta circunstancia a que el mal tiempo ha incomunicado totalmente a la ciudad.
Evento 4: Septiembre de 2013. Después de revisar las imágenes satelitales, últimas transmisiones y registro de actividades, se envía un destacamento militar de 200 tropas Sardaukar a la ciudad de Norilsk, equipados con todo tipo de enseres y protecciones contra la radiación, armamento ligero y las órdenes necesarias para someter a la ciudad a un estado de sitio en caso de ser necesario. Encuentran a Murmanski aislado en un cuarto blanco, al borde de la inanición. El resto de la población se encuentra en una pequeña parte, oculta en sus casas, y en una gran parte, congelada y despezada en las calles. Cuando los Sardaukar se infectan, una nueva mutación del virus se desarrolla entre sus efectivos, provocando espasmos y acciones reflejas en los cadáveres.
Evento 5: 20 de Enero de 2014. Veinte efectivos de las tropas Sardaukar llegan con Yuri Murmanski en calidad de prisionero a la base secreta del lago Piasino, cerca de la estación de ski de Talnaj. Desde allí se comunican con el ministerio de defensa que los traslada sanos y salvos al antiguo centro de estudios bacteriológicos durante la unión soviética, convertido a principios del S.XXI en centro de control de plagas fronterizo de Ekaterinburgo para poner en cuarentena a toda la comitiva. Informan a los servicios de inteligencia de los estragos del virus Morfeo. Murmanski sospecha que se trata de un ser de evolución acelerada y muta casi constantemente entre infectado e infectado.
Evento 6: 21 de enero de 2014. Bajo el pretexto oficial de evitar posibles sabotajes por parte de un cuerpo paramilitar mongol llamado “Xi Lin Pao”, se cierra la frontera con China.
Evento 7: 5 de febrero de 2014. Después de la llegada de informes acerca del desarrollo de una fortísima gripe de acción rápida que estaba diezmando los efectivos del centro, se pierde el contacto definitivamente. Una vez más, los satélites ratifican la ausencia de movimientos. Los fallecidos empiezan a levantarse y vagar con el único objetivo de expandir el virus. La enfermedad se expande por los pueblos cercanos a la frontera.
Evento 8: Junio de 2014. Se envían ingentes cantidades de tropas de ambos países a la frontera de Ekaterinburgo para devastar por completo las poblaciones en un radio de 130 kilómetros a la redonda. A partir de ese momento, la presencia militar en la zona es constante. Los periódicos del mundo entero especulan sobre el comienzo de la Tercera Guerra Mundial con un primer enfrentamiento entre Rusia y China. Los gobiernos de ambos países comienzan una serie de acercamientos en actos públicos para mejorar su relación de cara al panorama internacional. A los 2 meses ya nadie habla de eso y se considera una crisis mundial superada.
Evento 9: Periodo comprendido entre 2014 y marzo de 2019. Desaparecen de manera inesperada y sin explicación aparente pequeñas poblaciones a ambos lados de la frontera a causa del virus Morfeo. A estas alturas, los servicios secretos de Rusia y China saben que el virus ataca primordialmente a los humanos. De manera oficial, la explicación de las desapariciones masivas se le achaca a la creación de presas, desastres medioambientales y el implante de parques naturales.
Evento 10: Treinta de noviembre de 2019. Los mass media del mundo entero se hacen eco del comunicado de la Organización Mundial de la Salud acerca de una extraña gripe de altísimo poder de contagio en diversas provincias de China y Mongolia, con especial énfasis en la ciudad de Xiaogan. Se rehúye mencionar que los cadáveres vuelven a moverse por acción del virus y la orden principal es la de incinerar a todos los fallecidos.
Evento 11: 1 de enero de 2020. Después de décadas de falsas alarmas acerca de posibles pandemias mundiales, la población de más de medio mundo no toma las medidas necesarias para la prevención de un posible brote hasta que ya es demasiado tarde. Se decreta tarde y mal el confinamiento y la cuarentena masivos en la mayor parte del globo y las defunciones a nivel global se cuentan por cientos de miles en cuestión de 3 meses.
Evento 12: 5 de abril de 2020. Debido al cruce de informaciones y desinformaciones, se desestiman los rumores de rebrotes y mutaciones de la enfermedad. La realidad que no se puede esconder es que comienza siendo una gripe, continúa con una fuerte neumonía y múltiples trombos en las extremidades; cuando el paciente se encuentra al borde de la muerte, recupera las funciones motrices de una manera antinatural y, como por instinto, busca desesperadamente lanzar un vómito verdoso y sanguinolento sobre los no infectados para propagar el virus. Cuando no encuentran individuos sobre los que esparcir el virus, vagan hacia zonas frías donde poder congelar el virus, consumiendo las reservas del cuerpo hasta que caen esparciendo el virus a su alrededor. Si este no encuentra donde hibernar, muere tras varios días a temperatura ambiente.
Evento 13: 3 de marzo de 2020. Caen los gobiernos de medio mundo y el ejército toma las calles en la medida de lo posible ya que estas se convierten en un foco de infección masivo por los cadáveres desperdigados y los infectados que, con rabia inhumana, buscan a quién vomitar. Una posible solución que se empieza a plantear es la de fumigar los núcleos urbanos con agentes paralizantes antes de la llegada de los efectivos militares. Finalmente, vierten ácido clorhídrico con aviones primero y camiones de fumigación después. Las ciudades se vuelven pasto de los lanzallamas del ejército.
Evento 14: Octubre de 2020. La población mundial no es más de un diez por ciento de lo que era. Los supervivientes huyen tanto de otros supervivientes amigos de lo ajeno, como de posibles infectados de larga duración. Solo dos regiones del planeta se conservan ajenas a la infección, ya que desde el primer comunicado de la OMS cerraron fronteras con el mundo entero: la isla de Pascua y la reserva de Svalbard, en Noruega.
Evento 16: Enero de 2021. Consiguen establecer un cable de comunicación por radio entre ambas regiones rebotando las ondas en la estratosfera en el ángulo adecuado. Un sistema condicionado por las condiciones medioambientales.
Evento 17: Marzo de 2021. Los supervivientes de las zonas libres acuerdan enviar comitivas a un punto de reunión, donde poder tener acceso a una estación de control de satélite para así acceder a un sistema de comunicación mundial y ganar terreno al virus.
Mundo III
por Morrigang
RECORTES DE QUIRÓFANO ZOMBIS
Nunca juzgues un libro por su película.
J.W. EAGAN
En este mundo zombi todo bicho viviente y maloliente es un zombi. Y para entenderlo, hay que empezar a describirlo por el apocalipsis, porque si se explicase de cualquier otra forma nadie se lo creería. Pero explicar un apocalipsis tampoco es fácil, y lo mejor será empezar por el principio. Pongamos que había un planeta de tamaño medio, que orbitaba alrededor de un cúmulo de estrellas…, que ¿cuántas estrellas había en el cúmulo?, digamos que es imposible saberlo con el alcance de la tecnología de la que dispone el mundo zombi, pero eran muchas: incontables, brillantes y preciosas estrellas. Además, no es algo que importe lo más mínimo. Hay que decir, eso sí, que los habitantes del mundo zombi tenían suficiente luz y calorcito para sus cosas. Seguramente hasta de sobra. El mundo zombi vivía tan ricamente en la zona ‘ricitos de oro’ de su sistema multisolar, a una distancia prudencial de los soles; y, en honor a la verdad, se criaban unas hortalizas zombis estupendas. Todos los mundos cercanos envidiaban la distancia sideral del mundo zombi con sus estrellas.
Hay muchos chinos en China.
ANÓNIMO
La Yihad Covidiana resultó ser el principio de la era del zombi y el final de la normalidad. En la Biblia Astrazéneca se explica de maravilla. En concreto, en los pasajes escritos por las profetas Ana Rosa Quintana y Belén Esteban, en los que estas dos santas explican cómo un bichito muy pequeño —que fue creado en China por unos murciélagos científicos moronciales y enviado a todo el mundo escondido en el hardware de los teléfonos móviles de bajo coste de la marca Huawei— causó este estropicio. Por aquel entonces, cualquiera que tuviese uno de estos dispositivos sería infectado, él y cualquier persona que anduviese a su alrededor. Es por eso que el uno por ciento de la población, esos que usaban los dispositivos de la manzanita, se libró en un principio de la contaminación de la peste, pues es bien sabido que los móviles caros inmunizan de cualquier pandemia; que se lo digan a Elon Musk.
Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga.
FRANCISCO DE QUEVEDO
Pero llegó un momento en el que fue imposible frenar el contagio. Las personas, por más inteligentes y ricachonas que fueran, corrían el riesgo de contaminarse por algún usuario de Huawei o por algún devorador de bocadillos de sardinas, que también andaban implicados en el asunto. Los malditos murciélagos científicos moronciales se habían salido con la suya. Hay quienes, a día de hoy, todavía creen que fue un accidente que el covicho saliera de los laboratorios por su propio pie, pero los implicados en este asunto se niegan a conceder entrevistas chorrocientos años después del inicio de la pandemia.
¿Y cómo es posible que sigamos vivos?, os preguntaréis. Pues muy fácil. El covicho es un zombi chiquitito, más pequeño que una célula normal, que está inerte en la sopa de la vida. Fue traído por los murciélagos científicos moronciales del metaverso hace millardos de años para que, al juntarse con las células nativas, en una romántica noche de tormenta, sembrasen la vida en los planetas. Es un peligro andar jugando con estas cosas y seguramente salió algo mal: no estaba previsto que los seres que estuvieran en la cúspide de la cadena trófica tuviesen nuestra pinta.
No sabes nada, John Nieve.
J.R.R. Martin, 3:14, Song of whisky on the rocks
¡Slam! La puerta de la camioneta de reparto se cerró y las luces rojas de emergencia se encendieron en el cubículo de las mercancías. Se oyeron las maniobras y gruñidos del conductor hasta que, como hacía siempre al llegar a la autovía, encendió la radio, enganchada desde hacía años en la emisora Kiss-FM Radio Zombi. La primera generación de robo-zombi —dedicada en su totalidad al reparto de paquetería— había sido tan limpia, educada, eficaz e insulsa que había causado rechazo en la población zombi-humana. La segunda generación, la actual, estaba programada para emitir insultos y palabrotas de forma aleatoria en cuanto pisaba la carretera. Se les había dotado de olor corporal, que iba en aumento según la cantidad de tarea que realizaban, y tenían implementadas diversas taras genéticas, como la barriga cervecera, la calvicie, el vitíligo o el nistagmo: que es eso de mover los ojos sin orden ni concierto. Tampoco había dos iguales, para cumplir con las cuotas de representabilidad. Todas estas mejoras encontraron gran aceptación entre los usuarios del servicio de reparto.
El robo-albarán-zombi empezó a pasar revista en la cabina de paquetería trasera.
—A ver, chiquitines, pongamos un poco de orden en este lío de códigos EAN —dijo, colgado de la barra laberíntica soldada al techo, y paseando su ojo cíclope por el exterior de las cajas.
Los productos que distribuía AMAZOMBI iban embalados en plastipaper, un material súper resistente, ecológico, hipermoldeable, duradero y multiusos, que era uno de los mejores inventos del mundo mundial; es una lástima que no se nos ocurriera inventarlo antes. Los productos iban ordenados por zonas de entrega, peso y volumen. Poco tendría que hacer el robo-albarán-zombi si al robi-estiba-zombi no se le cortocircuitase la madeja de cables cada dos por tres; a ver cuándo jubilaban a esa antigualla.
El recoge-cacas de perro-patada-zombi modelo RoombaPlus iba cantando alegremente su melodía favorita: «♪ Porque tú te ves bonita tú teee pones orgullosa, ni más ni menos, ni más ni menos… ♫» y el paquetote de atrás al fondo miraba indignado a la pared, con la clásica actitud de dignidad ofendida de los orientales, sin decir una sola palabra. Y es que los de Tomoko fabricaban el modelo de aire acondicionado más silencioso desde el inicio de la pandemia.
Who wants to live forever?
Queen
No es que estuviera planeado, pero la peste del covicho le hizo una putada muy gorda a la humanidad.
¿Y eso por qué?, oigo los engranajes de tu cerebro crepitar. No te impacientes, ahora la zombi-humanidad vive casi, casi, para siempre. De hecho, es por eso que nos hacemos llamar zombis. Todos los procesos vitales biológicos se han ralentizado hasta tal punto que un embarazo puede durar más de cien años, aún no lo sabemos. Todo esto es tan nuevo para nosotros como para vosotros, y estamos improvisando. Baste decir que todavía no se ha muerto nadie desde dos mil veintiuno. Tampoco ha nacido nadie, por lo que la población zombi es sumamente estable. Esto ha permitido que la naturaleza se regenere. Es genial salir a la calle y encontrarse con los frondosos árboles y una multitud de pájaros y de ardillas. Solo fallan los niños, que los pobres ya son trilicenciados en su mayoría y no les apetece ni un poco jugar a la pelota, para que los demás tengan una visión idílica del mundo.
Este inconveniente requerirá una generación de robo-niños-zombi en la que estamos investigando.
Living la vida loca.
RICK EL ANÓNIMO
Sé que os estáis preguntando qué comemos los zombis-humanos post-apocalípticos. Y vive el Dios-zombi que es una buena pregunta.
El covicho, salido de un bocata de sardinas de la marca Huawei, tuvo más de un efecto en la biología humana. Además del ralentí celular, despertó nuestro instinto más básico y primitivo. Y ya sé que estaréis pensando: “¡buf!, seguro que ahora nos cuenta que es el clásico mordisco, qué aburrido”. Pero no. El instinto más básico y elemental es el de succionar. Lo primero que hacemos al nacer es berrear ¿Y para qué? Pues para que nos den nuestra comida —nuestra bien merecida comida—, porque nacer no es cosa de broma y consume mucha energía.
Así que nos convertimos en mamones y no en mordedores. Empezamos a llamar a nuestro mundo post-apocalíptico: Pezonia. Y comemos todo aquello que podemos estrujar con nuestros labios y lengua, dando inicio al fulgurante imperio del mayor fabricante de chupetes del mundo. Tenéis que conocerlo, ese que se llamaba algo parecido a Bezombi, el calvo ese joder…
¡Qué mal andamos algunos de la memoria histórica!
Lo que está muerto no puede morir, pero huele a podrido.
Larga vida a los Calamardos, 666. La Biblia Astrazéneca
Un mal día empezamos a morir, los zombi-humanos, digo. Esto no sería una fatalidad si no fuera porque: por cada uno de nosotros que moría, no había un reemplazo para cubrir esa baja, era un balance menos uno. Resultó ser una tragedia. No estábamos preparados. Los robo-zombi que fabricamos fueron esenciales para nuestro canto del cisne. Cumplían con total fidelidad nuestros más profundos deseos de trascendencia. Copiaban nuestra memoria vital en soportes físicos y cuánticos, hacían de terapeutas y nos cuidaban solícitamente cual madres primerizas. Nos atendían en nuestra degeneración física y cuando nos llegaba la hora, nos enterraban o llevaban nuestras cenizas a la estratosfera en imitaciones de barcos vikingos; a cada cual según su querencia. Nos miraban con misericordia, tal y como jamás hicimos nosotros con nadie, y nos concedían cualquier capricho.
Y rezaban oraciones por nuestra alma.
Al fin y al cabo la humanidad ya estaba muerta, es posible que pensaran.
Atrás habían quedado los sueños de grandeza.
Nadie nos echaría de menos.
Si Asimov levantara la cabeza…
It’s the end of the world.
R.E.M.
—Son una aberración —pontificó el maldito murciélago científico moroncial mirando con ojo crítico el experimento de uno de los alumnos de la clase de siembra cósmica—, tienes que empezar otra vez. Tira esa placa de Petri.
Al maldito murciélago alumno moroncial le gustaban los zombi-homínidos del mundo de tamaño medio que giraba alrededor de incontables, brillantes y preciosas estrellas; le habían quedado súper cuquis, opinaba. Pero se levantó y se dirigió al baño para tirar su mundo por el retrete.
—Ni se te ocurra tirarlo por el agujero negro —le dijo una voz a su espalda.
La limpiadora le advirtió que si lo hacía solo conseguiría contaminar de humanos otra zona del metaverso moroncial, que los humanos se habían vuelto resistentes —como las bacterias de los hospitales— y que empezaban a ser una plaga.
—Pero haz lo que quieras, eh, que yo no soy nadie —insistió, con el tonito de quien sabe que dado su bajo nivel intelectual nadie hacía caso de sus advertencias—. Lo mejor es el fuego —apostilló, odiándose por no saber mantener la boca cerrada.
Sé que estaréis pensando: “claro, otro final muy conveniente, aquí todo el mundo echando balones fuera. La humanidad, zombi o no zombi, nunca tiene la culpa de nada”. Y es verdad, a los zombi-humanos se les da igual de bien eludir la responsabilidad de sus actos que a la gente común y corriente que había antes de la Yihad Covidiana.
Y qué queréis que os diga, ¿que fue cosa de los Illuminati?
Mundo IV
por Iconikah
6.5.4.2
Echaba de menos mi viejo apartamento, la lluvia golpeando el techo del autobús, las llamadas de mi madre explicando lo mismo que me había enviado por audio solo unos minutos antes, las risas con mis amigos, los ojos de Julia después de soltarle un piropo… La sensación somnolienta de una vida calmada y segura. Todo eso cambió en solo unos meses.
La tierra entera quería devorarnos: las hojas de las plantas se volvieron afiladas como la porcelana rota, los animales salvajes llegaban hasta las ciudades y atacaban a cualquier desafortunado. Los pájaros se lanzaban desde los cielos a toda velocidad sobre nuestras cabezas, como lágrimas, plegando sus alas, creyéndose halcones… En el mar no era mejor, se supo de barcos que fueron volcados y hundidos por bancos inmensos de peces o aplastados bajo el salto de cetáceos. Ocurrió por todo el globo. Los hospitales empezaron a desbordarse con gente enferma que había sido arañada por sus plantas, mordida por sus mascotas o hijos, algunos de no más de 4 años.
Los síntomas comenzaban con visión borrosa, temblores, naúseas y fiebre; a los pocos días la pielempezaba a apagarse, el retorno venoso de algunas extremidades cesaba anunciando una inminente amputación y un hambre terrible sumía al individuo en un estado de locura tal que atacaban a cualquiera entre estertores, incluso a sus bebés. Mucho personal sanitario fue agredido a nivel mundial por ciudadanos a los que trataban de ayudar, convirtiéndose a su vez en pacientes y empezando un ciclo que no parecía acabar jamás. Nos quedamos sin el 90% de sanitarios en cuestión de meses.
Ni científicos, ni médicos podían explicar cómo los enfermos más desesperados lograban arrastrase después de caer de un quinto piso, ser atropellados, disparados o apuñalados. Los muertos ya no podían morir. La gente dejó de ir a trabajar, dejaron de comprar y de usar el transporte público para parapetarse en sus casas, a veces, encerrados con quien sin planearlo acabaría devorándoles media cara.
Dejé de recibir las llamadas de mi madre y de mis amigos… Así que me imaginé lo peor. ¿Estábamos ante el juicio final? Algunos decían que se debía a pruebas militares, algo en el agua, chemstrails o virus alienígenas. Otros decían que todo era culpa de la tele, las redes y los videojuegos, que la gente se había convertido en zombie de no usar la cabeza… Ignorantes… Precisamente entretenerme con videojuegos y la tele era lo único que salvaguardó mi cordura hasta el día del éxodo. Me enteré de la gran migración cuando dejaron de emitir y pusieron aquel anuncio fijo 24 horas:
Sálvese. Acuda donde nada pueda dañarle. Huya de los núcleos de población. Viaje ligero. No se acerque a los animales, ni a las plantas. Su gobierno ha establecido puntos limpios donde podrá vivir. Suerte. Que Dios nos ayude.
Busqué el punto limpio indicado más cercano para mí en una lista interminable que iba cambiando cada pocos minutos en la pantalla de la tele, como las marquesinas en los aeropuertos; lo memoricé y abandoné mi apartamento con la esperanza de poder regresar algún día. Recuerdo apretar las llaves en mi mano al cerrar la puerta y guardarlas en el bolsillo de mi mochila, ¡qué ingenuidad! Recorrí las calles con más miedo que vida y finalmente me adentré en el desierto. Había escogido aquel lugar de entre todas las opciones porque me parecía la opción más deshabitada, sin plantas, sin demasiados animales… Cuando todo puede atacarte, lo mejor es huir hacia lo inhóspito.
Caminé días enteros siguiendo la estela de otras personas que habían pensado como yo, en lo idóneo de un océano de arena, el éxodo al reino de la nada. Nos mirabamos de reojo, separados siempre por al menos 20 metros de desconfianza. Quizá fuera arriesgado, pero al menos, no viajábamos solos y en la distancia con algún gesto o grito nos íbamos dando ánimos. Llegamos a la base militar anunciada por el gobierno: una fortaleza rodeada por alambre de espino, torres de vigilancia y militares armados por doquier.
Nos indicaron parar la inmensa fila india disparando al aire. Cuatro militares apuntaron al primero en llegar y le pidieron que se arrodillara en el suelo abrasador mientras le tomaban muestras de saliva y sangre. A los pocos minutos le colocaron una pulsera verde indicándole por dónde entrar, al parecer, estaba limpio.
Repitieron el proceso uno a uno hasta que llegó el turno de la adolescente que me precedía. Sin mediar palabra, la esposaron, la amordazaron y se la llevaron de allí en volandas junto a sus dos mochilas de Godbye Kitty. Todos pudimos escuchar un disparo mientras a mí me colocaban la ansiada pulsera. No puedo negar que mi alivio fue mayor que la pena por la chica.
La disciplina sin miramientos era algo que dictaba cada hora en aquella despensa humana. Los controles se repetían día tras día: un paso al frente en la fila del desayuno tras escuchar el número que te habían asignado, un pinchazo en el dedo, un frotis en la boca y mantenías tu pulsera numerada si el destino te era favorable.
Las tardes las dedicábamos a ayudar con el mantenimiento del lugar, a charlar o a tratar de contactar con nuestros seres queridos a pesar de que las líneas fallaban constantemente. Perdí la esperanza de volver a contactar con mi familia y amigos dos meses después de mi llegada; éramos tantos que el turno para intentarlo se hacía eterno y sofocante, siempre había peleas, así que opté por pasar mi tiempo jugando con mi nuevo mejor amigo, un foxhound con ojos de alelado que me hacía reír y me seguía a todos lados; le llamé Bacon. No era muy bienvenido entre algunos vecinos que farfullaban. —Es una boca más, hay que hacerle controles diarios y ladra demasiado. Deberíamos hacer hamburguesas con él… —Entonces, lo cogía entre mis brazos y salía corriendo de allí hacia el ala de las literas. —No dejaré que te hagan daño, ¿eh? —le susurraba yo—. Quererte me recuerda que sigo siendo humano.
La convivencia se hizo cada vez más dura, las raciones de comida se limitaron a una al día y a medio litro de agua por cabeza. Las conversaciones se convertían en discusiones y peleas, la gente más que refugiada empezó a sentirse presa. Empecé a pensar en mi apartamento y caí en la cuenta de que no había liberado a mi agapornis… Le había sentenciado a muerte, con lo fácil que habría sido abrir su jaula y dejarle volar; ni siquiera recordaba la última vez que le di de comer, puede que ya estuviera muerto mucho antes. ¡Joder! Quizá tenían razón: puede que nuestras vidas anestesiadas fueran la causa de dejar de ser HUMANOS.
En el frescor de la noche nos despertábamos sobresaltados con disparos y alarmas cada vez más a menudo: eran muchos los que intentaban entrar en la fortaleza, tanto vivos como no-muertos. Lo sabíamos porque los más madrugadores veíamos los cuerpos acribillados de los que sí podían haber entrado… esos sí morían de verdad, pero en la oscuridad de la noche nadie se molestaba en hacer tests, era más fácil apuntar a todo el que se acercara. Un equipo de limpieza procedía a quemar los cuerpos rápidamente en la arena tanto de los que no se movían como de los «retornados» que intentaban desgarrar algún trozo de carne de congéneres caídos. Al parecer, el fuego era lo único que podía acabar con su existencia. Recé para que así fuera, por ellos y por nosotros. Aún no he podido olvidar aquel olor, ni aquellos gritos.
¿En qué nos estábamos convirtiendo? Al igual que la situación nos había igualado dentro, pues no importaba tu edad o tu estatus, las balas también igualaban fuera, disparando a niños, mujeres y hombres, de cualquier condición, vivos o no. La base está llena, no se admiten más ingresos, por favor rezen mientras les disparamos para que entiendan la situación.
Hubo varias personas que escondieron sus raciones en bolsas de papel con la palabra «HUYE» escrita; las pasaban a través de la valla de espino sin ser vistos, con la esperanza de que alguien pudiera llevarse algo a la boca después de cruzar el desierto, algo así como un último almuerzo antes de que arrasaran la entrada con el fuego purificador.
El tercer mes, comenzamos a enfermar dentro de la base, o eso es lo que indicaban los controles frente a las mesas del comedor. —Síganos —le decían al infortunado—. Le realizaremos otro control para descartar un falso positivo.
—¡Estamos como para despilfarrar tests! —masculló el hombre que tenía al lado. Algunos asintieron, yo le miré con cara de incredulidad, intentando entender cuál era el valor que le daba a la vida humana, si para él era comparable al precio de un bollo o de un test. —Si él sale —dije en alto— alguien nuevo podría entrar y salvarse…
—¿No te has enterado? —preguntó el mismo individuo—. No puede haber más admisiones, las raciones se acaban. Hace semanas que el cargamento tenía que haber llegado, ¡y tú compartiendo ración con un chucho! Deberían ser más selectivos con los huéspedes…
Efectivamente no hubo nuevas admisiones y los que daban positivo nunca regresaban a la fila. Me volví más huraño, ¿quería estar allí? ¿era eso mejor que apañarselas fuera? Miraba las fotos del móvil hasta que las lágrimas empañaban mi visión, dormía abrazado a Bacon y trataba de no levantarme si me despertaba pronto, ya no soportaba más capítulos del batallón de limpieza. Por desgracia aunque no lo viera, el olor a quemado se colaba dentro, pegándose irremediablemente a nuestras almas y a nuestras bocas bien selladas, a nuestras miradas desviadas hacia una ignorancia voluntaria. Nadie se quejaba de los disparos, ni del olor a gasolina. ¿Resignación? ¿Supervivencia? ¿Cobardía?
Los días empezaron a ser el mismo más que nunca. Lo más entretenido que hice la última semana era ver como Bacon se rascaba las orejas mientras me miraba con aquella cara divertida. Hasta me robó el bollo diario de la mano antes de que lo partiera en dos y salió corriendo con él hacia las habitaciones. Le encontré degustándolo con placer sobre mi cama y no tuve cuajo para regañarlo, al fin y al cabo gracias a su travesura la jornada había sido algo diferente.
—Sígame —me dijo la enfermera—. Le realizaremos otro control para descartar un falso positivo —la gente a mi alrededor dio un paso atrás, dejando vía libre para que un militar se colocara detrás de mí, fusil en mano. —Claro… claro —balbuceé siguiendo las indicaciones. Bacon me siguió durante todo el trayecto, a nadie le importó. Intenté que se alejara pero no me hizo caso así que pensé, —bueno, si ellos lo permiten, ya volveremos a por nuestra ración después.
Fantaseé con un equipo médico analizando mi sangre bajo el microscopio cuando la enfermera, ya en el área restringida, cortó mi pulsera con una tijera mientras decía en alto —baja del 6542. Imaginé que me preguntaban si había tenido fiebre o naúseas cuando alguien preguntó —¿Qué hacemos con el perro? —Y ella respondía —¿Acaso lleva pulsera?
—No… —respondí susurrante sin pestañear mientras abrían un portón flanqueado por unos soldados. Una luz blanca inundó la sala, bañando aquel hormigón de falsa santidad. «Camine» ordenaron rozando la boca del fusil sobre mi espalda, pero no pude… Quise seguir fantaseando; visualicé que me llevaban en volandas, justo como lo estaban haciendo, hacia un área de recuperación para enfermos, con aire acondicionado y máquinas de snacks y tele a la carta. Y cuando me colocaron bajo el sol y dieron tres pasos atrás apuntándome, soñé que un médico me decía que ya estaba mejor, que mi madre había venido a verme. Mi amigo seguía a mi lado, jadeando por el calor del exterior, supongo que nervioso porque no veía lo mismo que yo.
—¡Fuego! —el disparo me pilló sonriendo, huyendo de mi propia escena mientras la enfermera nos daba la espalda y decía «deshazte también del chucho».
La lengua rasposa de Bacon en mi mejilla me despertó. El sol ya había caído hacía tiempo y el portón estaba cerrado. Aún tenía unas horas para huir de allí antes de que llegaran con los lanzallamas y acabaran con nosotros definitivamente. No sabía que nos esperaría a partir de entonces pero me alegré de no estar muerto, y de que mi amigo siguiera ahí, frente a mí, con un agujero en la frente pero igual de feliz que siempre. Noté mi pecho húmedo, me palpé en la oscuridad y advertí el agujero sobre mi corazón, un corazón que había quedado mudo. Entonces me percaté que nunca antes me había dado cuenta de la belleza del cielo nocturno, tantas tonalidades, las estrellas… Me chispearon los ojos y sonreí.
El desierto nunca se prodiga con banquetes, por eso, pasada una semana de hambre insoportable y sin rumbo fijo, decidí regresar a la ciudad. Ya empezábamos a mirarnos el uno al otro como a una merienda digna, la confusión mental y el hecho de que nuestros cuerpos en especial tras el calor del día no funcionaban a pleno rendimiento, no ayudaba a resistir la tentación. De hecho, Bacon me arrancó dos dedos tras acariciarle y salió corriendo con ellos. La cadera empezó a fallarle a unos metros, zigzagueó, giró y siguió arrastrándose cuando las patas de atrás ya no le respondieron. Fue así como pude alcanzarle porque una de mis piernas también comenzaba a fallar y no tenía más remedio que ir arrastrando un pie. «¡Malo!» le incriminé viendo con horror como ya no quedaba nada de su festín. Pensé en uno de sus muslos traseros… si ya ni siquiera le eran de utilidad… Me abalanzé sobre él y le di un mordisco profundo entre gruñidos, casi no me reconocía a mí mismo, pero el hambre era atroz. El can trató de huir, se arrastró y aulló lastimosamente, fue entonces cuando a unos metros se encendió una luz que me sacó del trance como devorador.
Varias figuras salieron de lo que era una especie de cueva, algunas caminaban, otras, se arrastraban como yo. «¿Vienes de la despensa, chico?» Preguntaron mientras me levantaban y me daban la bienvenida. «¡Mirad, casi está entero! No debe de llevar mucho muerto.» Alguien pasó su dedo por el orificio de mi pecho, directo a mi corazón atravesado. «No estoy muerto» repuse desganado. «Si no comes, pronto lo estarás. Quizá no de la manera que crees, tu cuerpo seguirá funcionando de una u otra forma pero tú, tu mente… eso sí morirá y te convertirás en un salvaje, igual que los humanos que quedan». Me sentaron a una mesa vacía y me sirvieron un cuenco tibio con algo parecido a una sopa con trozos de carne y a Bacon le sirvieron lo mismo. Creo que nunca había comido con tantas ganas, lamí el cuenco y me chupé los dedos porque no tuve la decencia de usar la cuchara. Mi visión se aclaró, como mi voz. «Gracias» dije entre lágrimas. Hacía tiempo que no sentía ese calor humano, y me lo estaban ofreciendo justo los que se supone que habían dejado de serlo… Parias, mutilados, deshechos sociales como yo.
Me invitaron a quedarme amablemente, me dieron un pequeño colchón, ropa nueva y me indicaron donde podría encontrar libros, material de escritura y hasta tabletas gráficas. Intercambiaban todo aquello que habían podido descargar antes de que la red cayera, música, aquellos podcasts de NNocturno y otros tantos de «narrativa cometer» tan famosos veinte años atrás; relatos, pelis, series… Compartían y reciclaban de todo. Me alegré de ver una de las mochilas de aquella adolescente que me precedió en la fila de llegada a la nave, sin duda se había salvado. Según me explicaron, se dedicaban saquear cargamentos, a entrar en las casas de la ciudad y llevarse todo lo que pudieran necesitar, comida, utensilios, generadores, aparatos electrónicos… Hasta tenían varios coches en los alrededores ocultos por tela de camuflaje beige. La cueva era bastante profunda y había varias diseminadas por todo el territorio. Los viejos núcleos de población no eran seguros porque el gobierno hacía batidas y provocaba incendios en grandes edificios y viejos centros comerciales, con la intención por supuesto de acabar con los «retornados»; buscar la cura nunca estuvo entre sus prioridades.
«Si tienes familiares, búscalos aquí» y acercaron un enorme canasto lleno de cartas. «Tenemos una red de correo tradicional, alguien se encarga de acercarlas a la siguiente cueva y de traer de vuelta las cartas escritas, el canasto viaja kilómetros de ida y vuelta por todo el país.» Busqué ávidamente con mi amigo bostezando a mis pies. Pude leer mi nombre en una carta y el nombre del remitente. Sonreí diciendo «Hola, mamá».
Y el disparo… me pilló sonriendo.
Mundo V
por Ángel León
Otaotawhero: Aliens, fuego y zombis
Seguramente ya lo habrán visto a través de sus pantallas. Pero traten de imaginarlo sin ningún apoyo visual. Estáis a bordo de un helicóptero, con la compuerta abierta, observando una inmensa llanura de color rojo. Kilómetros y kilómetros dibujados por una vegetación que ansía arder, son las denominadas espigas de fuego. Despuntando en el horizonte, se alzan los gigantescos y solitarios árboles ibomu, cuya altura alcanza los cien metros, tienen una corteza igualmente roja y sus ramas están cargadas de frutas explosivas. Entonces, una mancha negra y del tamaño de un automóvil destaca sobre el terreno. Es un gigadermet, una criatura ciega y acorazada por completo, de la que no verás ni sus patas. Su coraza oscura resplandece a la luz del Sol debido a que está reforzada con magnetita. Al primer avistamiento le sigue un segundo, un tercero y luego otro más… Y de repente estás sobrevolando una manada compuesta por centenares de aliens.
Nuestras investigaciones de campo han servido para desentrañar algunos misterios sobre la biología de los organismos que conforman el ecosistema del Otaotawhero. Por ejemplo, gracias a las muestras enviadas a la doctora Mary Colden, la mayor experta en autótrofos pluricelulares alienígenas, ahora sabemos que esta vegetación está dominada por dos especies: Eritfyta igneus (espiga de fuego) y Eritfyta bombus (árbol ibomu).
Otro importante avance se ha producido con respecto al comportamiento de los zoomorfos del tipo dermametalon. Antes pensábamos que los gigadermets se alimentaban de las eritfytas, pero las observaciones han demostrado que no es así. Es mucho más fascinante. Los gigadermets pasan la mayor parte del tiempo junto a fuentes de agua, como ríos y lagos, los cuales deben haber sido colonizados por una suerte de vegetación alienígena acuática, que sí constituye su principal alimento. Pero durante el verano tiene lugar entre estas criaturas un cambio de comportamiento que depende de la vegetación inflamable.
Como es sabido, las espigas de fuego secretan una sustancia inflamable, el eritfital, que prende con facilidad. Las propias espigas están diseñadas para que al rozarse entre ellas produzcan chispas. Un hecho curioso es que dicho roce suena de una forma característica: Trrss, trrss. Lo que no conocíamos hasta ahora es que solo son inflamables durante los meses de verano. En esos momentos, el Otaotawhero está preparado para arder. Las espigas inician los incendios y las fuertes explosiones del ibomu ayudan a su expansión cuando lanzan al aire el material orgánico en llamas. Puedo asegurar que la visión de kilómetros de llanuras rojas ardiendo y explotando constituye una imagen tan aterradora como la que debe suponer echar un vistazo al infierno.
Cuando los incendios se apagan se produce una de las imágenes más impresionantes del Otaotawhero. Los gigadermets se dirigen a los pastos quemados para rebuscar semillas de espigas entre las cenizas. Con sumo cuidado, toman millones de ellas con unos tentáculos alargados, finos y blancos que surgen bajo su caparazón. Cuando el banquete parece haberlos satisfecho, los aliens se agrupan en manadas compuestas por miles de ejemplares. Y entonces se dirigen al borde de su ecosistema, adentrándose en nuestras ciudades, campos de cultivos, selvas y prados, hasta alcanzar varios kilómetros. Allí permanecerán estáticos y se dejarán morir probablemente de inanición. Con el paso del tiempo, su cuerpo se descompone y de sus corazas agrietadas surgirán espigas de fuego que serán la avanzadilla de nuevos incendios. Una ingeniosa forma de ganar terreno a nuestra biosfera.
En la frontera entre nuestro mundo y el Otaotawhero han sido registrados unos aliens singulares. El zakaor es un zoomorfo cuadrúpedo, cuyas patas delanteras son mucho más altas que las traseras. Al igual que otros dermametalon, su piel está compuesta por escamas, de color bronce, hechas con biominerales de naturaleza metálica. Sus dientes y garras son negras a la vez que poderosas gracias a que están reforzados por magnetita. Tienen una característica panza con la que casi rozan el suelo, fruto de un sistema digestivo pensado para reducir cualquier tipo de materia orgánica a sus componentes esenciales. Quizás la definición que mejor se ajusta a estas criaturas es la de carroñeros oportunistas, ya que se les ha visto comer todo tipo de cadáveres de animales pertenecientes a nuestra biosfera. También sabemos que no le harán asco a la basura o incluso que suelen visitar los cementerios. Debemos recordar que, debido a que nuestra biología y la de los aliens son distintas, la materia orgánica que nos compone no les sirve de alimento. Lo mismo ocurre al contrario. Sin embargo, el zakaor parece haber resuelto este problema gracias a sus potentes, a la vez que refinados, jugos gástricos. Volveremos a ellos más adelante.
Imagino que estarás leyendo estas líneas porque ansías saber más sobre los chikaras. El mayor depredador del Otaotawhero. Seres del tamaño de los extintos tigres, cuadrúpedos, ágiles, recubiertos de escamas de color ocre rojas y brillo metálico, con una larga cola… Y armados con negros dientes y garras de, ya lo saben, magnetita. A pesar de su fama, son criaturas esquivas, muy difíciles de ver. Todos mis intentos por divisar uno de ellos desde el helicóptero fueron infructuosos, e incluso me resultó difícil encontrar ejemplares muertos en buen estado. Básicamente, los militares destrozaban cualquier chikara que detectaban en las inmediaciones de Puerto Abis.
Hagamos un alto, porque aún no os he hablado de Puerto Abis. Se trata de una ciudad estado a orillas del gran lago Tanaka. En el pasado, basaba su economía en el comercio, aprovechando una situación estratégica como nexo de unión de rutas comerciales. Pero la llegada del Arca 3, una de esas enormes naves espaciales que se posaron en nuestro mundo, lo cambió todo. Actualmente, Puerto Abis es el único enclave humano que queda al margen este del lago. Así que a un lado de la ciudad se expande el Otaotawhero, mientras que en el otro encontramos kilómetros de agua hasta llegar a la orilla oeste gestionada por la nación de Odum. A pesar del peligro que entraña la región, no dudé en convencer a mis superiores de la Royal Palm Tree University para que uno de los centros de investigación del Departamento de Zoomorfos Alienígenas fuera instalado aquí. No fue una tarea fácil, pero el conocimiento acumulado supera con creces todas las adversidades vividas.
Volvamos entonces a los chikaras. La presencia de las fuerzas militares internacionales y las barreras alrededor de la ciudad mantienen alejados a los zoomorfos. Por tanto, para estudiar su biología, debíamos adentrarnos por tierra en el Otaotawhero, abandonando la seguridad del helicóptero. Esta tarea parecía realmente imposible, hasta que conocí a Vanessa Castelo, una reportera de guerra que se encontraba documentando la situación de Puerto Abis. Fue ella quien me habló, en las noches acompañadas de té, sobre los Guerreros Chikara.
El credo de los Guerreros Chikara resulta apasionante y aterrador a partes iguales. Su culto gira en torno a la idea de que los humanos deben mostrar su valor frente a los aliens para que, de alguna forma, sean elegidos por sus líderes, los cuales ellos suponen que viven en el interior de las Arcas. Aseguran que así acabarán integrándose en una suerte de nueva evolución o transmutación de nuestra especie. El rito más importante de estas personas consiste en cazar un chikara sin usar armas de fuego. Ellos han descubierto que estos zoomorfos tienen un punto débil dentro de la boca. Para matar al alien, el iniciado debe tomar una lanza, plantarse frente al chikara y esperar su ataque para asestar el golpe… Si tiene éxito, se convertirá en un muvgimi.
Es difícil describir las emociones que uno siente cuando se interna en el Otaotawhero para cazar un chikara. En el día acordado, con el Sol asomando, partí con un grupo de muvgimis y un joven aspirante. No sé quién de los dos tenía más miedo, si el chico o yo. Aunque supongo que, después de lo que hizo, sin duda alguna su valor supera el mío. Antes de iniciar la marcha, impregnamos nuestras ropas, mochilas, brazos, piernas y cabezas con un mejunje preparado con trozos de cadáveres de gigadermets. No me pregunten por su nauseabundo olor. Según aseguran los guerreros chikara, es una táctica que permite a los humanos pasar desapercibidos en las praderas rojas.
Resulta inquietante caminar entre espigas de fuego y escuchar su característico sonido. Trrss, trrss. Cada vez que el viento alcanzaba al grupo, se me erizaba el pelo al pensar en la posibilidad de que saltara una chispa. Oruka, el líder del grupo, me tranquilizó diciendo «espigas no maduras«. Así que continuamos el camino, siguiendo de cerca al rastreador. No tardamos en localizar al chikara, descansando sobre una pequeña roca que sobresalía entre la vegetación roja.
Los guerreros rodearon a la criatura, la cual se desveló intrigada. Abrió la boca, mostrando sus dientes negros, mientras analizaba a los hombres que tomaban posiciones en silencio. Oímos su gorjeo que antecedió a un rugido de furia. De su boca, emergieron cientos de tentáculos, blancos y delgados, que su especie usa para analizar el aire. El aroma a gigadermet muerto lo confundía. Entonces, el aspirante se adelantó, encaró al alien y en un alarde de increíble sangre fría y agilidad, interpuso la lanza entre él y las fauces. Sonó un crujido. El chikara cayó muerto.
El primero en reaccionar fue Oruka. Con una herramienta eléctrica, rajó la panza del chikara y comenzó a extraer trozos de carne y sangre. Tal y como marca la tradición, todos comimos. Era un requisito indispensable para poder acompañarlos y así lo había sentenciado Oruka durante la negociación: «si el extranjero quiere el cuerpo del chikara, tendrá que presentarle sus respetos comiendo su esencia«. Ya hemos comentado que su biología y la nuestra son incompatibles, así que la indigestión estaba asegurada. Pero debo decir que, a pesar de las visitas al baño y el día postrado en la cama, valió la pena ya que conseguí el mejor ejemplar de chikara que el Departamento de Zoomorfos Alienígenas había visto hasta la fecha. Por eso, acompañé a los muvgimis y sus aspirantes en una veintena de veces.
Les prometí tres cosas en el título de este artículo. Ya hemos visto dos: los aliens y su singular ecosistema de fuego. Ahora toca hablar de los zombis. La secuencia de acontecimientos la conocemos todos. Las televisiones y gobiernos se encargaron bien de explicarlo. En la ciudad de Nenken, que se encuentra relativamente cerca de Puerto Abis, se produjo el primer brote de la enfermedad conocida como ukuf. Aquí la llaman ukuf wame aluk o la muerte de los ojos verdes. Los expertos lograron determinar el origen en una explotación de caracoles gigantes destinados al consumo humano. Dichos invertebrados resultaron estar infectados con una bacteria de origen sintético, la Viridibacterium laboratorium. En resumen, el organismo es un arma biológica creada por los robots simpatizantes de Jakkaru, la consciencia artificial rebelde.
Sabemos que cuando la bacteria del ukuf infecta a una persona, tiene predilección por colonizar su sistema sanguíneo, linfático y nervioso. Dicho crecimiento produce como subproducto una proteína de color verde, conocida como lulazaina, la cual se hace patente en los glóbulos oculares. De esta forma, mediante un cóctel molecular que aún desconocemos, va eliminando poco a poco la voluntad del enfermo. En los estadios avanzados desaparece todo atisbo de conciencia, quedando solo un tipo de actividad: una obstinada atracción hacía las emisiones de luz, ya sea artificial o natural, astros y fuego inclusive.
Da igual lo preparado que te sientas. La primera vez que te encuentres con la muerte de ojos verdes te quedarás sin aliento. En mi caso ocurrió cuando acudí una noche a la frontera de Puerto Abis, la cual está delimitada por una valla de varios metros de altura, interminable, plagada de alambres y soldados. Fui con la intención de subir a una de las torretas de vigilancia con la esperanza de poder ver zoomorfos. Tras charlar y convencer a los soldados de mis intenciones, me asomé desde las alturas al límite de nuestro mundo. Lo primero que me llamó la atención fueron las decenas de robots colgados de árboles y postes, oxidados e inertes. Un recordatorio de las represalias humanas por los ataques de las máquinas rebeldes. Aquella frontera estaba iluminada por unos potentes focos para divisar las incursiones de los chikaras, pero esto tenía un efecto secundario. Debajo de nosotros se agolpaban los infectados, de pie e inmóviles con su mirada verde clavada en la luz artificial. Algunos de ellos llevaban tanto tiempo en el sitio que sus piernas habían flaqueado haciéndoles caer al suelo. Aun así, seguían manteniendo su fascinación por la luz y trataban de girar sus cabezas llenas de barro.
Los más afectados por el ukuf son los refugiados que viven en los campamentos más allá de la frontera de Puerto Abis. Cierto día, Costelo me ofreció acudir a uno de estos lugares para conocer a su gente y charlar con ellos sobre su singular relación con los zakaores. Según aseguran, estos zoomorfos son bienvenidos en el extrarradio de los campamentos por dos motivos: mantienen alejados a los chikaras y se hacen cargo de los zombis. Costelo hizo un trabajo increíble recopilando los testimonios de ese día. Así pudimos saber que no son raros los casos de familiares que tratan de mantener a los enfermos en las casas prefabricadas. En ese estado de zombi los alimentan con comida blanda o caldos, lo cual tiene el consecuente riesgo de provocar que mueran ahogados. Muchos de ellos yacen en camas, atados y con los ojos vendados para evitar que se sientan atraídos por las luces exteriores y acaben saliendo del hogar. Pero, finalmente, las familias acaban cediendo a la presión de los vecinos que les apremian a deshacerse de ellos. Es entonces cuando organizan una comitiva nocturna para llevar al infectado a las afueras del campamento.
Al amparo de la oscuridad, dicha comitiva comienza a cantar, tocar las palmas y hacer sonar tambores, con el fin de acallar los llantos. Acto seguido, el más atrevido de los participantes toma un potente foco que usa para alumbrar directamente al zombi, atrayéndolo inevitablemente mientras se aleja de él poco a poco. Así, en un ambiente híbrido de festejo y entierro, comienzan la marcha siguiendo al dúo que conforman el portador de la luz y el infectado. A veces deben parar porque el enfermo no tiene fuerzas, así que le suministran licor o alguna bebida que le confiera algo de energía. Seguirán avanzando hasta estar lo suficientemente lejos del campamento. En ese momento, la luz es apagada y todos en silencio abandonan a la víctima ante el Otaotawhero. Algunos aseguran que en esos instantes se escuchan los gorjeos y aullidos de los zakaores. Y los más atrevidos juran que, tras quedarse ocultos en la vegetación, pudieron ver a los zoomorfos acercarse, olfatear, derribar al enfermo y devorarle las entrañas mientras miraba al firmamento aún vivo y silencioso.
Como podrán imaginar, la situación de los refugiados es dramática. Rodeados casi por completo por el Otaotawhero, no pueden ni siquiera sembrar o criar algo con lo que alimentarse. Las incursiones de chikaras son comunes, aunque la aparición de los zakaores parece haber reducido la frecuencia. La falta de medicinas, sobre todo de antibióticos contra el ukuf, también resulta una maldición. Por si fuera poco, cuando el viento sopla en la dirección del lugar transporta arena cargada con eritfital, aumentando las probabilidades de un incendio. Algunas de estas personas consiguen algo de dinero trabajando en Puerto Abis, aunque su residencia en la ciudad no les está permitida por supuestos motivos sanitarios y de seguridad. Por tanto, la mayoría de ellos dependen de la ayuda humanitaria. En esta situación de máximo estrés es lógico que muchos de ellos abracen la fe de los Guerreros Chikara. O ideas aún más peligrosas como las sostenidas por los extremistas de Sayf Al Khilafa, contrarios a cualquier tipo de modernidad y que viven solo para extender la Guerra Santa por todo Gea. Todas estas cuestiones rondaban mi cabeza durante el trayecto de vuelta. Nos había sorprendido la noche, así que el convoy viajaba con las luces apagadas para evitar que los zombis invadieran el camino de tierra. A la luz de la Luna, pude distinguir las siluetas de aquellas pobres almas estáticas y con la mirada fija en el firmamento. Recuerdo pensar que Puerto Abis era una bomba de relojería.
Por desgracia, en los días posteriores comenzaron a materializarse mis temores. No está muy claro cómo ocurrió. Al parecer, un grupo de gigadermets se acercó demasiado a la frontera e hicieron saltar las minas situadas a modo de cinturón alrededor de Puerto Abis. Las explosiones prendieron la arena impregnada de eritfital y provocó que el fuego se extendiera entre las plantas alienígenas, atrayendo a filas de moribundos infectados que serían devorados por las llamas. Y en ese escenario terrible y asfixiante, el fuego encontró la senda hacia los campamentos de refugiados. A día de hoy, se desconoce la cifra de víctimas. Este suceso fue utilizado por los terroristas para captar soldados o, mejor dicho mártires, con los que continuar su guerra macerada con locura. El primero de los atentados sucedió en plena ciudad. Un joven superviviente del fuego se inmoló dentro de un autobús usando una mochila cargada con frutos de ibomu.
Todas estas vivencias, el haber experimentado la esencia del Otaotawhero y conocer el sufrimiento de la gente que vive en sus márgenes, me han llevado a escribir estas líneas. Como probablemente ya habrán escuchado, la Royal Palm Tree University hace tiempo que me denegó más fondos por considerar que mis ideas son poco ortodoxas. Aun así, no cejaré en mi intento de hacerlas llegar a todo el mundo. Quien lea estas líneas debe entender que mis estudios me han llevado a la siguiente convicción: el Otaotawhero es un ecosistema donde cada especie tiene un papel concreto. Seré más explícito: está diseñado por algo inteligente. Para asegurar esto me baso en las siguientes tres cuestiones:
1. ¿Qué papel tienen los chikaras? Mis investigaciones me llevan a negar que estos zoomorfos sean depredadores. Recordemos un punto importante: bioquímica diferente equivale a alimento incompatible. Sin embargo, durante sus incursiones se las ha visto atrapar todo tipo de animales e incluso plantas y hongos, a pesar de que su sistema digestivo no parece ser tan eficiente como el de los zakaores. También resulta intrigante constatar que en algunos lugares se han llevado los cuerpos de las personas al completo, pero en otras regiones les devoran solo los intestinos o partes concretas del cuerpo. Pero lo más extraño de todo es que los análisis de ADN han demostrado la presencia de material genético de organismos de nuestro planeta en tejidos concretos de los chikaras. Considero que todas estas pruebas son suficientes para estudiar más a fondo mi hipótesis, la cual sugiere que los chikaras son en realidad algún tipo de recolector molecular.
2. ¿Por qué los chikaras se ven afectados por la muerte de los ojos verdes? En una de mis incursiones junto a los Guerreos Chikaras nos topamos con un gran grupo, al menos una treintena, de estos zoomorfos moribundos o muertos. Tenían los ojos verdes. Pude examinar el interior de uno de ellos, donde encontré dientes humanos. También constaté que su interior rezumaba lulazaina. Debemos recordar que ningún patógeno de Gea, natural o artificial, podría afectar a los aliens ya que tienen diferentes bioquímicas. Por desgracia, la cercanía de una patrulla de Sayf Al Khilafa nos obligó a abandonar la zona sin poder trasladar ningún ejemplar o conseguir muestras suficientes.
3. ¿Qué papel tienen los zakaores? Su comportamiento carroñero, la capacidad para digerir cualquier tipo materia cárnica e incluso la contaminada con lulazaina, el hostigamiento a los chikaras y su predilección por las cercanías de asentamientos humanos, me llevan a pensar que realmente constituyen una suerte de barrera entre nuestro mundo y el suyo. Deben realizarse más estudios, pero sugiero que su aparición en el Otaotawhero tiene relación con la expansión del ukuf. En resumen, propongo una hipótesis donde los zakaores actúan como un sistema inmunitario del ecosistema.
Creo importante terminar este artículo con una reflexión. La humanidad está lejos de entender todos los pormenores que están moldeando su historia reciente. Algunos de mis colegas me llaman loco y se ríen de mis hipótesis, pero todos ellos parecen obviar lo más evidente. El centro de la habitación está ocupado por el pie de un gigante que acaba de atravesar el techo. No debemos olvidar que en lo más recóndito del Otaotawhero se alza una nave espacial, protegida con un campo de fuerza e idéntica a las otras tres asentadas en otros puntos de Gea, cuyos tripulantes aún no conocemos. Lo único que sabemos de ellos es su increíble capacidad para construir ecosistemas de otros mundos.
Epílogo
Este artículo fue redactado por Oliver Xiangya, erudito de la Royal Palm Tree University y uno de los mayores expertos en zoomorfos del tipo dermametalon. El documento es considerado lo último que escribió antes de desaparecer durante los acontecimientos que desembocaron en la destrucción de Puerto Abis. No existen pistas sobre la persona que decidió preservarlo en los archivos digitales de la institución.
A pesar del ostracismo al que fue sometió al final de su carrera, Xiangya contribuyó de forma notable a nuestra comprensión sobre la biología alien. Por ejemplo, gracias a los envíos realizados a la doctora Mary Colden, la empresa biotecnológica Blue Rose logró crear una variedad cultivable de espigas de fuego para su comercialización.
Las bolsitas con semillas de espigas de fuego fueron distribuidas entre los supermercados de las ciudades más ricas de Gea. Para su promoción, se desarrolló una campaña publicitaria de la que se sintieron muy orgullosos en el departamento de marketing. Decoraron las estanterías con tonos rojos, espigas falsas y una figura de cartón a escala real de un chikara. Coronando la escena, añadieron un cartel que decía “¡Vive la ardiente magia del Otaotawhero en tu jardín!”, mientras que de unos altavoces surgía un característico sonido: Trrss, trrss.
Mundo VI
por J. C. González
Ya no morimos, ya no matamos
Muy pocos recuerdan cómo empezó todo. Esto no es consecuencia de una descuidada educación, ni de una pérdida de la memoria histórica. No tendría sentido pensarlo así, siendo la nuestra una evolución forzada que afectó a nivel global en todo el planeta, a todas las culturas. Sólo la centésima parte de ellas, establecidas en diferentes regiones ricas en recursos del planeta, sobrevivió. El resto desapareció en pocas décadas, sin dejar más resto de unas pocas edificaciones más o menos rudimentarias, y cadáveres pudriéndose al calor del día, que en el seco clima de Sezad se convirtieron en polvo en pocos ciclos.
Pero algunos de nosotros, un grupo no muy numeroso al principio, y de apenas una docena de individuos hoy en día, conocemos cuál fue el origen de nuestra civilización. Todo ha quedado atrás, y no hay manera de deshacer el camino andado. Nuestro futuro ahora resulta prometedor, pero no siempre fue así. Sirva este documento como testimonio y memoria de una época que ha de quedar atrás, reposando sobre las muertes de nuestros antepasados, pero que no ha de perderse en el olvido. Para que sepamos que la fuerza está en nosotros. Para que conozcamos la verdad, y para difundir el poder que vive en nosotros.
No quedan muchos documentos, escritos o de otro tipo, que nos cuenten cómo era la vida antes de la Gran Maldición. Lo poco que aguantó tras los desórdenes mundiales que la siguieron fueron prácticamente destruidos en la Gran Guerra Roja y posteriormente en la Gran Guerra Negra. Sin embargo, el registro de los testimonios de los miembros de nuestra hermandad a lo largo de los siglos, y desde el mismo comienzo, nos lleva a pensar que la sociedad no era demasiado diferente de la actual. El gobierno mundial se encontraba en manos de un senado, donde representantes de cada uno de los grandes estados, y de agrupaciones de los estados más pequeños, consensuaban sus decisiones políticas de ámbito planetario, así como establecían las debidas relaciones con una antigua Sociedad de Planetas, germen de la Federación Galáctica actual.
La vida cotidiana parece que era, no obstante, muy diferente de la actual. Las personas tenían una vida reducida, de un máximo de 120 años estándares, unas 40 rotaciones. Y no disfrutaban de nuestra transición. Es decir, durante toda su vida se mantenían en una fase orgánica, con un cuerpo completamente biológico. Pero luego hablaré más en detalle de este hecho.
La sociedad, en general y prácticamente en todos los estados, se configuraba de manera estratificada por clases sociales, siendo la cantidad de elementos de alto valor que podían acumular el criterio para perteneces a una o a otra clase. En particular, seguían utilizando el antiquísimo sistema de la moneda, esto es, la adquisición de bienes mediante la entrega a cambio de elementos normalizados compuestos por metales o minerales de gran valor. El estado era el encargado de esa normalización, y varios estados de hecho compartían el mismo patrón moneda. Así, otro elemento a acumular para determinar su posición en la estructura de clases era el patrón moneda mismo. El movimiento de los individuos entre diferentes clases era posible, pero muy complicado a lo largo de la vida de cada uno. Más sencillo era que los hijos pudieran cambiar de clase social, dado que los bienes de los padres podían pasar a sus hijos. Aunque por supuesto lo más probable seguía siendo que los hijos perpetuasen el estatus de sus padres.
Para conseguir aumentar su cantidad de bienes, los individuos realizaban labores, a cambio de las cuales recibían unas cantidades fijadas del patrón moneda, de acuerdo con la complejidad de esas labores. El estado apenas intervenía en estas transacciones, lo que hacía que aquel sistema fuese mucho menos eficaz que el nuestro.
No me extenderé más en la sociedad pre-Maldición. Baste decir que su tecnología era ridículamente primitiva comparada con la nuestra. Pero eso es razonable, pasados ya más de dos milenios estándar.
La Gran Maldición, ahora utilizada como origen de nuestra escala temporal planetaria, fue un evento que tuvo un origen muy preciso, pero cuyo efecto en realidad se alargó durante muchas rotaciones. Además, no fue hasta pasado un largo período de tiempo que los investigadores descubrieron cuál fue el origen del mal que nos afectó.
En un momento dado de nuestro pasado, hace ahora dos mil trescientos cuarenta y cinco años estándar, nuestro planeta sufrió una pequeña lluvia de meteoritos. Este evento no fue en sí mismo nada espectacular, y tras unos ciclos de cielos más o menos adornados por estrellas fugaces, todo cayó en el olvido.
Sin embargo, se piensa que los restos de esas rocas cósmicas que llegaron a la superficie habían ido dejando algún tipo de agente patógeno en el aire, que infectó poco a poco a la población. Los efectos de este patógeno eran terribles. Cuando la persona infectada tenía entre veinticinco y treinta años estándar, sufría un deterioro de sus órganos internos en cuestión de pocos ciclos, hasta desembocar en un fallo multi-orgánico que colapsaba el cuerpo. O más bien su interior. Sus músculos iban poco a poco atrofiándose, hasta desembocar en la parálisis total, mientras los órganos internos iniciaban el camino hacia la necrosis.
Lo terrible era que esto no significaba la muerte del individuo. El cerebro, al contrario del resto del cuerpo, sufría una serie de cambios. En la base del hipotálamo crecían una especie de pequeños sacos alargados de los que emanaban un intrincado conjunto de ramificaciones que conectaban con los vasos sanguíneos del encéfalo. Estos elementos esponjosos aumentaban de tamaño y finalmente emitían un par de zarcillos que al final asomaban por los pabellones auriculares de los infectados, y que ahora sabemos servían para extraer oxígeno del ambiente y proporcionárselo al cerebro, así como nutrientes extraídos del propio organismo en descomposición. Los cambios eran más sutiles y elaborados de lo que aquí describimos, pero el resultado final era que el cerebro del infectado no moría. Lo que quedaba era un cerebro modificado pero funcional y consciente enclaustrado en un caparazón que pronto se convertiría en una masa de carne putrefacta.
Tardamos muchos años estándar en entender todo lo que nos estaba ocurriendo. En apenas unas rotaciones, la población mundial se redujo al 1%. O eso pensamos nosotros. Porque la terrible realidad era que todas esas personas que creímos fallecidas, en realidad eran vainas gangrenosas que contenían un cerebro vivo y consciente, que poco a poco iba desconectándose de estímulos externos, y que no moría hasta que los nutrientes no dejaban de estar disponibles. Un ser pensante, al que poco a poco se van reduciendo sus enlaces con el mundo exterior, y que finalmente expira por inanición química.
Cuando descubrimos la verdadera naturaleza de nuestro mal, lo primero que hicimos fue dirimir si era factible, y si era moralmente aceptable, mantener vivos a esos cerebros infectados y modificados, a base de proporcionar nutrientes a su pequeño y nuevo órgano, al que se comenzó a denominar amígdala metabólica, con el calificativo de alienígena apostillado por algunos. Las discusiones incluían argumentos médicos, fundamentalmente técnicos, y filosóficos; pero también políticos y de naturaleza más mundana y práctica. Por ejemplo, ¿qué pasaba con la herencia de un padre que había sido infectado y cuyo organismo había finalmente colapsado, si se mantenía su cerebro vivo? ¿Podría decirse que el padre había muerto, y que sus hijos podían proceder a heredar sus bienes, si su cerebro se mantenía con el sustento necesario? ¿O podía argüirse, como hacían algunos, que ese cerebro ya no era el de su padre, sino otra cosa, y que el progenitor había fallecido en el momento en que el resto del cuerpo lo hizo?
La población mundial había ido cayendo en picado. En un mundo en el que los individuos estaban condenados a partir de una edad anterior a la que normalmente la gente tenía hijos, durante muchos años el número de nacimientos en todo el planeta fue prácticamente cero. Además, la pirámide de edad directamente se había truncado, dejando casi exclusivamente a personas por debajo de los treinta y cinco años estándar. Nadie, jamás, llegaba a los cuarenta. Y los primeros efectos de la infección solían aparecer antes de los treinta.
En este escenario, algunas ciudades-estado se cerraron en banda, intentando medrar por sus propios medios. Acabaron colapsando y desapareciendo en pocos años. Los estados más poderosos, que apenas se sostenían pero que mantenían sus relaciones, intentaban encontrar la manera de volver a la situación anterior a la infección mundial. Quizá por inexperiencia o por falta de visión de futuro, no eran conscientes de que la realidad era irreversible. Y, por supuesto, la Sociedad de Planetas nos había dado la espalda. En cuanto se verificó que existía un ente infeccioso y terriblemente mortal en nuestro mundo, cerraron toda posibilidad de comunicación con nosotros.
Al mismo tiempo que todas estas discusiones intentaban fijar un rumbo en el camino hacia adelante, surgieron movimientos oportunistas que intentaban aumentar su parcela de poder a base de la desesperación de la gente. De estos grupos, de naturaleza religiosa y mesiánica, y que fueron acallados y disueltos con rapidez, solamente permanece el término de Gran Maldición para el evento de infección mundial. Si bien durante mucho tiempo se intentó sustituir por otros menos floridos, al final es el que perduró. También aparecieron grupos armados que imponían su ley sembrando el terror por todos lados. Estos grupos se mantuvieron a flote durante muchos años.
En medio de todo el caos y el desconcierto, que produjeron no sólo un colapso poblacional por la infección sino terribles hambrunas en todo el planeta y brotes de violencia nunca antes vistos en determinados ambientes, surgió la persona que cambiaría el rumbo de nuestra civilización: Ludo Sakk.
El ahora venerado Ludo Sakk jamás disfrutó de un título o cargo en concreto, aunque podríamos decir que se erigió en caudillo y comandante en jefe de todos nosotros. El aún existente senado de Sezad se rindió a sus propuestas de cambio. Todo el mundo veía en él a aquel que nos comandaría hacia un futuro prometedor, que todos pensábamos hasta entonces que se nos había arrebatado para siempre.
Lo primero que se hizo fue otorgarle poderes plenipotenciarios, para poder desplegar una serie de medidas a nivel mundial y en todos los ámbitos, con el fin de poder volver a una situación estable. Una de esas medidas fue la obligatoriedad para las mujeres de engendrar al menos un hijo antes de los veinticinco años estándar. La medida inicial incluía recompensas para aquellas mujeres que engendrasen un hijo antes de los veinte, aunque esto fue modulándose a lo largo del tiempo. Necesitábamos que la población aumentase, y si nuestro nuevo horizonte se acababa a los treinta y cinco, nuestra pirámide de edad había de ensancharse en las edades más tempranas.
Posteriormente se formaron brigadas militares cuya única labor era la búsqueda de aquellas bandas organizadas y violentas que habían campado a sus anchas por doquier. Dado que, a todos los efectos, ya no existían diferentes estados, sino uno único y mundial, los ejércitos podían dedicarse a labores más prácticas que la de servir de elemento disuasorio en disputas entre gobiernos. Los grupos paramilitares y terroristas fueron aniquilados brutalmente por todo el globo. En esto consistió la llamada Gran Guerra Roja, que, si bien incluyó numerosas luchas más o menos igualadas, en esencia consistió en el exterminio de aquellos que amenazaban la necesaria paz mundial.
Pero el conjunto de medidas que nos dieron una esperanza de vida para Sezad y para toda una nueva civilización se basaban en la idea de transición del individuo de Ludo Sakk. Su razonamiento era el siguiente: para bien o para mal, parece que el cerebro sigue con las mismas funciones tras el colapso del cuerpo y la toma de control por parte de la amígdala metabólica. Primero tenemos que asegurarnos de que la consciencia sigue funcionando de manera análoga a como lo hacía antes del desarrollo de la infección. Y si es así, quiere decir que tenemos una mente en un soporte vital, y simplemente desconectada del mundo exterior y aislada en términos sensoriales y motores. Si podemos proveerla de nuevos canales de comunicación e interacción, podremos decir que el individuo ha disfrutado de una transición a un nuevo tipo de existencia.
Así que Ludo Sakk creó tres organismos de investigación que comenzaron un trabajo frenético por todo el mundo. Aunque jóvenes, los investigadores se volcaron en sus particulares campos de conocimiento. Para acompañar a esto, se reorganizó el sistema educativo, de manera que la formación era más específica. Todo el aprendizaje y el adiestramiento se orientó a estos nuevos fines, necesarios para el desarrollo de nuestra civilización.
Los tres ámbitos de investigación eran los siguientes. En primer lugar, era necesario establecer si, como se temía, la consciencia se mantenía en un cerebro post-colapso. A través de experimentos iniciales se consiguieron indicios de que así era. Esto sirvió de estímulo para la concepción de una serie de avances en inteligencia artificial y simulación virtual, que permitieron finalmente, con el paso de los años, establecer contacto real con los individuos en su nuevo estado, si un cuerpo ni sentidos, aunque en entornos sintéticos. Con estos estudios se descubrió un efecto sorprendente de la infección en el funcionamiento del cerebro: parecía que los pensamientos, los razonamientos, todos los procesos mentales, se habían acelerado, sin que ello implicase un sobrecalentamiento del mismo. O, mejor dicho, con una refrigeración más eficiente.
En paralelo, se desarrollaron implantes cerebrales y dispositivos con enlaces neuronales para la conexión de los cerebros con la realidad. Éstos eran en definitiva nuevos órganos cibernéticos sensoriales, que no sólo proveían al individuo de sentidos similares a los tradicionales, sino que le proporcionaban toda una nueva retahíla de nuevas maneras de percibir e interaccionar con su mundo.
Finalmente, se desarrollaron varios prototipos de exoesqueletos mecánicos, cuya funcionalidad básica era el soporte para el cerebro y los diferentes dispositivos sensoriales, soporte para contenedores de nutrientes, así como la de proveer al organismo de una movilidad básica. Se diseñaron diferentes modelos, de acuerdo a las necesidades del individuo, aunque tardamos en alcanzar la sofisticación actual.
Así pues, en pocas generaciones (que en ese momento cambiaban cada veinte años, más o menos), pasamos de ser una civilización casi extinta, sometida a los efectos de una infección mortal y terrible, a ser una raza que ha de someterse, en un momento de su vida, a una transición a una forma superior, en la que somos más inteligentes, más rápidos, más poderosos, y virtualmente inmortales. Algunos dijeron que éramos una mezcla de un cerebro zombi con un cuerpo de robot. Pero somos mucho más.
Durante casi dos mil años estándar tras la primera transición de un individuo, hemos mejorado nuestro proceso. La sociedad ahora está gobernada por nuestro Imperator, que vela por el bienestar de los suyos e imparte justicia frente a los malvados. Él dicta las labores que cada uno ha de realizar en nuestro mundo, y nos proporciona lo que necesitamos para vivir, para ser y para engrandecer nuestra civilización. Se han acabado las guerras, pues no tiene sentido la lucha entre iguales e inmortales. Matar a un ser mortal no es más que acortar la vida. Matar a un ser virtualmente inmortal es una aberración en nuestro mundo. Por eso nosotros ya no morimos, y por tanto no matamos.
Nuestra existencia ahora está completa, y nuestra transición es un mero interludio entre dos estados de existencia. En un primer estado nos sometemos a una formación básica e intensa. Es esencial moldear el cerebro en sus etapas iniciales, dada su asombrosa plasticidad. Pero, sobre todo, nos espera la reproducción. Nuestra fase biológica es aquella en la que tenemos hijos, en la que procuramos crear la descendencia que asegurará el crecimiento y expansión de nuestra civilización.
Posteriormente llega la fase de transición, en la que nuestro cerebro adquiere sus nuevas habilidades y nuestro caparazón biológico va desapareciendo. Esta fase culmina con la implantación de nuestros cerebros mejorados en nuestro nuevo cuerpo cibernético. Éste podrá ir cambiando a lo largo de la vida. Podremos ser personas de aspecto humanoide, transportes terrestres o marítimos, controladores de todo tipo de maquinaria, e incluso naves interestelares. Pero en esencia significa la metamorfosis de nuestro ser orgánico en un nuevo ser prácticamente inmortal.
Hay quien asegura que Ludo Sakk, por supuesto, no pudo ver su obra completada. Comenzó a sufrir los efectos de la infección a una edad tardía, los treinta y dos años estándar. Según la historia, dejó dicho a sus acólitos que cuando su cuerpo sucumbiese habían de proceder a su eutanasia. Tuvo seguidores fieles y tan entusiastas como él. Sin ellos no podríamos haber salido del hoyo en el que la Gran Maldición nos hundió, y seguramente nadie quedaría en este planeta para contaros esto.
Sin embargo, la realidad, de la que queremos hacer partícipe a todo aquel que lea este testimonio, es que el cerebro de Ludo Sakk pudo mantenerse vivo y conectado a entornos virtuales durante muchos años. Posteriormente, tras el desarrollo y establecimiento definitivo de las tecnologías adecuadas, Ludo Sakk, o su cerebro con consciencia mejorada, fue transferido a un enorme ente cibernético, el que ahora denominamos Imperator. Y Ludo Sakk, nuestro Imperator, sigue rigiendo el destino de nuestra civilización.
Ahora, en el umbral de una nueva era, cuando nuestro Imperator ha decidido que nuestro pueblo, el pueblo de Sezad, puede y debe lanzarse a la conquista de las estrellas, redactamos este escrito para que las generaciones por venir conozcan y no olviden nuestros orígenes. La Federación Galáctica nos ignora, pero nos teme. Y hacen bien, porque la galaxia es grande, pero el poder es nuestro. Nuestro mundo se nos comienza a hacer pequeño. Es momento de reclamar nuestro sitio.
Salutaciones, hermanos.