Las ejecuciones por el fuego representan una de las formas más atroces de suplicio concebidas por el ser humano. No se trataba solo de matar, sino de infligir un dolor prolongado, visible, ejemplar. El cuerpo ardiendo, retorciéndose ante una multitud, se convertía en espectáculo, en advertencia, en ritual. La muerte no llegaba de inmediato: antes venía el humo que ahogaba, la piel que se agrietaba, los nervios que ardían. A menudo, las víctimas eran atadas vivas, conscientes, rociadas con aceite o envueltas en brea para asegurar un fuego lento. El tormento duraba minutos eternos. La comunidad observaba —rezando, juzgando o simplemente obedeciendo— mientras la carne crepitaba. Y todo esto solía hacerse en nombre de Dios, del orden o de la moral. Lo terrible no era solo la llama, sino lo que la justificaba: una sociedad que hallaba sentido en el castigo ardiente. El fuego purificaba, decían. Pero lo único que consumía era la humanidad misma.
Escúchalo en iVoox: https://www.ivoox.com/ejecuciones-fuego-del-suplicio-llamas-audios-mp3_rf_88701108_1.html