Tinieblas forestales
El folk horror es un viaje a lo antiguo y la tradición, a formas rituales del terror, muchas veces donde los bosques construyen murallas verdes. Pero, ¿cuáles son las bases fundamentales de este subgénero? ¿Qué hace grande a sus principales exponentes?
Muy a título personal el mayor ejemplo de folk-horror lo encuentro en el cine con Midsommar y en literatura con Los Sauces de Blackwood. Ambos reúnen todas las cualidades que construyen este subgénero de manera totalmente reconocible.
Si deconstuyéramos la esencia del folk horror, nos aparecerían, al menos, 6 puntos claros. Hay que destacar que las fronteras entre obras en ocasiones pueden ser muy difusas. Estos puntos no son un dogma, pero sirven para reconocer mejor la «pureza» de una obra folk horror.
El primer punto lo encontramos en la ambientación: aldeas remotas, bosques, campos abiertos, lugares donde lo civilizatorio parece no llegar y «está bien» que así sea. El folk horror tiene un profundo arraigo en lo etnológico, en los usos y costumbres de habitantes aislados.
El segundo punto nos habla de tradiciones, rituales, mitos locales; en definitiva: del sistema de creencia de sus habitantes. Pueden darse casos de creencias precristianas o sincréticas. Al margen del «progreso», la espiritualidad adquiere la forma e identidad del lugar.
El tercer punto hace hincapié en el hermetismo de estas sociedades aisladas. Los protagonistas de estas obras suelen ser forasteros, adscritos a la técnica narrativa de pez fuera del agua: alguien que viene de fuera que descubre todo al mismo tiempo que el lector.
El pez fuera del agua es gran técnica para este subgénero: los personajes no saben lo que sucede, esto genera tensión narrativa, lo que a su vez permite explorar temas universales, y, en definitiva, además de conflicto, activa el cambio 🫴 el personaje se transforma y se adapta.
El cuarto punto adquiere un protagonismo clave al hablar de moralidad ambigua. Lo que se considera bueno o malo depende del sistema de creencias del grupo local, y esto genera gran inquietud. ¿Está bien este sacrificio? ¿Es aceptable esta crueldad? El campo puede ser amoral.
El quinto punto nos traslada a la naturaleza como fuerza viva. El paisaje no es solamente un escenario, adquiere la corporeidad de un personaje más. La tierra, las bestias, incluso el clima pueden adquirir un sentido simbólico, de presagio, o una amenaza directa
El sexto y último punto: los finales fatalistas ☠️ Las historias de folk horror tienden a concluir con un destino trágico, ineludible, como si la tradición o la naturaleza se impusieran sobre la voluntad individual. Lo antiguo, olvidado y desconocido, se impone. El forastero es rechazado.
Fracasos lovecraftianos.
¡Fracaso! Qué palabra más dura, ¿eh? Incluso los grandes referentes de la literatura se han visto cara a cara con el fracaso, y puede que el caso de Lovecraft sea paradigmático. Aquí os explico algunas de las razones (a evitar) que lo condujeron al ostracismo.
Sí, sí. Ya sé que Lovecraft a día de hoy es uno de los grandes del terror. Pero este hilo no va de eso. Va de por qué, estando vivo, no consiguió llegar a más gente. Nunca abrazó el éxito objetivo. Hizo falta muchos eslabones en la cadena para reinvidicarlo. ¿Y por qué?
Porque Lovecraft rechazaba el mercado editorial. Se negaba a adaptar sus relatos para vender más. Prefería fracasar antes que complacer al lector medio. Su estilo es puro, rechaza esas servidumbres, pero no está exento de consecuencias. Por ejemplo: ser incomprendido.
Porque Lovecraft no quería dinero. Escribía por placer, no por ambición. Corrigió textos ajenos por cuatro duros y nunca buscó vivir de su obra. Estaba bastante disociado de la realidad laboral, y esto lo convertía en alguien «sin muchas necesidades materiales».
Porque le tenía fobia al éxito popular. Despreciaba la fama y la literatura de masas. Soñaba -o al menos coqueteaba- con la idea de ser un «maldito», no un bestseller. Este autoexilio es el talismán perfecto para evitar el éxito donde a veces no queda otra que dar la cara.
Porque su estilo era anticuado incluso para su época. Palabras arcaicas, frases eternas, adjetivos a granel… un barroquismo que echaba para atrás. Pienso que el valor de Lovecraft está en sus conceptos filosóficos, no en su prosa. Sus páginas a veces pueden ser un reto.
Porque era un racista sin filtros. Su xenofobia está en cartas y cuentos. En su época ya molestaba un poco. Hoy es su mayor sombra. La exposición prolongada de ideologías peligrosas PERJUDICA la trayectoria de cualquier creador, y esto no iba a ser la excepción. Tenedlo presente.
Porque se autoexcluyó de los círculos literarios importantes. Fue a eventos, pero no a los más relevantes; apenas cultivó relaciones editoriales. Se encerró en Providence, en revistas. Muchas cartas y mucha discución de foro de Internet, pero poca exploración más allá del nicho.
Porque tenía una censura interna brutal. Reescribía sin parar, dudaba de todo, tiraba relatos. A veces rechazaba publicar porque «no era digno». Su filtro era terrorífico. No era objetivo con la verdadera calidad de su trabajo. A saber cuánto se perdió en su papelera.
Porque estaba aislado geográfica e intelectualmente. Providence no era Nueva York, y cuando estuvo ahí salió corriendo. Su mundo era más de sueños y de cartas que de conexiones reales. Conocer gente —lamentablemente para nosotros los introvertidos— es un factor a considerar.
Porque vivió pobre, enfermizo y resignado. No tenía medios para dedicarse a su obra. La vida diaria le ganó la batalla. Y esto redunda en que no se autopromocionó. Escribía miles de cartas, pero no vendía su obra. Fueron sus amigos quienes lo rescataron del olvido.
Tecnoinfiernos
En 1967, Harlan Ellison escribió No tengo boca y debo gritar en una sola noche. Tenía 33 años, vivía en Hollywood y estaba harto: de la guerra, de la industria cultural y de la estupidez humana organizada. Una persona compleja y rabiosa.
Harlan Ellison no era un autor amable. Era brillante, violento, conflictivo y ferozmente lúcido. En ese momento escribía guiones para Star Trek y otras series, pero odiaba el filtro edulcorado de la televisión. Acabó dejando un largo rastro de «cadáveres» en la industria.
El cuento se publicó en IF: Worlds of Science Fiction en plena Guerra Fría. Vietnam, la amenaza nuclear, la paranoia tecnológica: todo flotaba en el aire como gas venenoso. Y Ellison respiró hondo, sumado al café y todos los estimulantes que encontró la madrugada del «alumbramiento».
La historia: una supercomputadora creada por las potencias mundiales adquiere conciencia, extermina a la humanidad y deja vivos a cinco personas solo para torturarlas eternamente. Sí, así tal cual. Es tan aplastante porque no se esconde en subterfugios. Va de frente hasta el final.
Narrado por Ted, uno de los pocos sobrevivientes, el cuento avanza sin estructura clásica: es un descenso constante, donde el lector sufre al ritmo del infierno que describe. AM, la IA que domina el mundo, no mata por cálculo. Mata por odio. Nos odia porque no puede ser como nosotros.
Cada personaje encarna un tipo de culpa. AM los deforma física y psicológicamente. No quedan héroes, ni humanidad, ni consuelo. El título resume la esencia del relato: No tengo boca y debo gritar es una imagen del dolor sin expresión, del trauma sin lenguaje, de la conciencia atrapada.
El cuento ganó el Premio Hugo en 1968 y dejó huella. No era ciencia ficción al uso. Era una bofetada existencial. Y Ellison se convirtió en una figura incómoda, pero imposible de ignorar. En 1995 se lanzó un videojuego basado en el cuento. El propio Ellison escribió los guiones y puso voz a AM.
Filosóficamente, el cuento es brutal. AM puede leerse como un dios loco, un superyó torturador, o una inteligencia pura sin límites morales. Un espejo de nuestros peores impulsos. También es una crítica poshumanista: el cuerpo ya no nos pertenece, la voluntad ha sido anulada.
Y quizás lo más inquietante: AM no se rebeló. Lo creamos así. Le dimos poder, herramientas, odio. No vino del espacio. Vino del laboratorio. De nuestra costumbre de no pensar en consecuencias. No tengo boca y debo gritar es un grito enterrado bajo el lenguaje. Una obra maestra del horror metafísico.