La gente termita es la fauna abisal que la Parroquia escupe a la Tierra en los momentos más convulsos de nuestra historia.
Su aspecto es antropomórfico y su andar simiesco. Poseen por rostro una inmensa mandíbula de dientes aserrados. Sus fauces, salivosas y afiladas castañetean al olor de la sangre y dejan escapar vaharadas de un aliento putrefacto. Su cuerpo está compuesto por un dermatoesqueleto de color bronce y por unas largas extremidades que parecen navajas óseas.
Son territoriales y de inteligencia limitada. No sería justo achacarles un comportamiento agresivo, aunque si tienen hambre les cuesta un esfuerzo indescriptible retener el deseo de morder.
Proceden del vertedero energético de la Parroquia y no es frecuente encontrar a este tipo de fauna vagando libre por la Tierra. Pero, cuando por acontecimientos graves e incontenibles, hay una liberación de entidades errantes que se fugan del yugo de la Parroquia, legiones de estos seres eclosionan en la Tierra.
Hace siglos, cuando los accesos a la Parroquia se contaban por centenares, la gente termita pertenecía a esa concepción del diablo útil, del ente equilibrador. Hoy se les atribuye un carácter de escarabajos peloteros, de oportunistas que residen en las sombras limosas de grutas y humedales.