Susurrantes

Los susurrantes son demonios embaucadores.

Parecen cadáveres con los huesos y la piel apergaminados. Sus ojos, ennegrecidos por la descomposición, son sorprendentemente expresivos y a la vez indiferentes. Tienen las extremidades consumidas por el desuso y rara vez las mueven. Al hablar expectoran polvo y ceniza.

Los susurrantes permanecen conscientes a perpetuidad sin más compañía que el deseo de dejar de existir. Sufren una eternidad sin propósito, sabiendo que nada cambiará y que nunca serán uno con el todo. Son prisioneros del vacío y de la intranscendencia. Cúmulos de conciencia marginales y apartados; seres finitos a los que la infinitud les duele.

Los ingenuos, al ver a los susurrantes postrados y acartonados, subestiman su capacidad de hacer daño. Pero sus susurros son peligrosos. El influjo que ejercen es como una maldición. Los diálogos se trenzan en peligrosos laberintos de confidencias. Los oyentes se ensimisman en las palabras centenarias de los susurrantes y se crean vínculos abyectos y falsos. Octavio lo sabe bien.

Esas criaturas desmadejadas y quebradizas también pueden convertirse en portales entre mundos. Cuando los Hermanos Vindicadores cruzaron la umbra de la estación Atlante, aparecieron en la Parroquia a través de un portal abierto en el interior de un susurrante. Reznik pudo observar, entre los pliegues de la carne gris y podrida de un susurrador, un interior, rosáceo, húmedo y encendido que se contraía con latidos descompasados. En el interior de ese mar de carne viva, en lo más profundo, vio las nubes negras y los relámpagos de la umbra que los había llevado hasta allí.

Los susurrantes son embaucadores y mentirosos. Por ese motivo tienen al Aherrojado, al mayor embustero de la creación, como su único Rey.