La Parroquia ha tenido muchos nombres a lo largo de la historia: «rationem carceris» o dimensión cárcel, el Ventomorto, Falling Spiral, Alhusn Alfasid e incluso Infierno. La creencia en esta dimensión cárcel se remonta a los orígenes de nuestra especie.
Varios caminos llevan a La Parroquia, pero el más infame es la senda de Baako, un camino incendiado en el que unas llamas sempiternas parecen tocar el cielo. Su ubicación es imposible de determinar, pero se sabe que la periferia está poblada por villorrios arrasados; aldeas abandonadas, ganadas por una vegetación leñosa y marchita, con figuras inquietantes deambulando por los caminos. Más allá, un cenagal rodeado por marismas fangosas, árboles muertos cubiertos de ceniza y vestigios de edificaciones medio hundidas.
Palpitando en el centro de un claro de tierra negra y fría, se alza una insidiosa estructura que tiene la apariencia de una horrible posada desvencijada. Es un simple caserón de madera de dos plantas rematado en el extremo norte por un torreón de piedra. En las ventanas iluminadas se recortan, acechantes, las siluetas de los espíritus diabólicos que la pululan, y alrededor del edificio se extiende una miríada de velas encendidas que convierten las brumas que flotan a la deriva en una fantasmagoría alucinada. El bosque de alrededor humea, corrompido, bajo un cielo sin astros, muerto como sólo muerto puede estar el vacío de la noche.
En el interior se esconde una arquitectura demente: entrañas laberínticas, amasijos de túneles y pasillos retorcidos habitados por sombras que se esconden en la penumbra. Sus espacios, abstractos entre lo arquitectónico y lo orgánico, no se valen de la geometría euclidiana. La distribución pierde sentido. El número de esquinas, el número de pasillos, el número de puertas, hace pensar en la prolongación de un pensamiento obsesivo. El entorno se estremece y cambia a cada paso. Las mentes humanas no están preparadas para orientarse en el interior de la Parroquia.
Sus abismos se dividen en un amasijo de feudos regidos por entidades descomunales, pero es la Parroquia la que, con su propio albedrío, admite y acepta la existencia de esos reinos y reyes. Los monarcas abisales no son más que vasallos bajo los edictos de un ecosistema viviente y consciente, fraguado para la contención de lo fosco y lo denso. No hay mapas que precisen las fronteras de sus territorios y de sus reyes sólo conocemos algunos nombres y quizás sus influencias.
La Parroquia es una prisión vagamente consciente de sí misma donde prevalecen las entidades más densas y viles del Universo; es un ente que se rige por las reglas de una realidad muerta, un alarife desequilibrado y omnisciente, un regidor obstinado de malevolencia, una máquina que simula los designios de un demiurgo, y su misión es la de canalizar esas energías de pesadilla, a través de las convergencias, hasta la Desembocadura del Cavador.
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