El Ángel Vigilante fue una vez el punto neurálgico del Consejo Nocturno, un caserón en mitad de un bucólico robledal de la Sierra de Guadarrama. En la distancia, a través y por encima del bosque, se podían ver los tejados de Collado Mediano.
El caserón estaba compuesto por múltiples estancias atestadas de librerías, pasillos por los que deambular y rincones en los que perderse en cavilaciones entre los crujidos de la madera del suelo y el tictac de los relojes.
La Sala capitular era el lugar más sagrado del recinto, y ahí es donde se congregaban los maestros de la logia en los momentos más excepcionales.
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