El Consejo Nocturno no es una secta, es la égida de la humanidad en materia ocultista. El Consejo Nocturno no es una secta, es la reguladora del teatro esotérico mundial. El Consejo Nocturno no es una secta.
Su origen se remonta al umbral del año cero, durante el cristianismo primitivo, mucho antes del Primer concilio de Nicea, en algún punto de Acaya, Grecia. Una anciana, llamada Agnerfándila, fue la fundadora original de la orden. Desde entonces adoran los versos sagrados de la Corona Radiata.
Al principio se hacían llamar simplemente el Consejo. Aún no habían sido lo bastante perseguidos para anhelar el refugio de la nocturnidad.
Desde el principio fundacional del Consejo han sobrevivido a incontables persecuciones por su pragmatismo y su espíritu de sacrificio. Su sola existencia ha sido desde tiempos medievales una afrenta para la Iglesia. Y su enemistad con el Vaticano se remonta a siglos de historia, compleja y farragosa.
Durante el último siglo el Consejo prevaleció fundamentalmente en la península Ibérica, aunque Europa también estaba abarrotada de células menores, muchas de las cuales operaban con autonomía. Entre las células principales se encontraba la de Copenhague, en la Cuidad Libre de Cristiania.
El centro neurálgico del Consejo Nocturno es el Ángel vigilante; un caserón en mitad de un bucólico robledal en la sierra de Guadarrama, cerca del municipio de Collado Mediano. Allí se encuentra la cúpula del cielo, la biblioteca máxima del Consejo, el corazón mismo del Ángel Vigilante. Aunque los incunables, los auténticos libros de poder, se custodian en el Acervo.
La actual directora del Consejo Nocturno es Natalia Asensio, una mujer orgullosa, pero con el anhelo de inyectarle al Consejo un germen de filantropía. Por debajo de ella están los veintidós séquitos, liderados por veintidós Maestros. Cada uno estos Maestros tiene un hierofante, y por último, en el escalón más bajo, están los iniciados.
De los Maestros sólo conocemos a Lamberto Mahmud Tannus, un anciano que tiene una tienda de pipas en el casco antiguo de Cuenca; a Dismas, eterno errante y futuro custodio del Acervo; a Baltasar El Harrak, magnate argelino y tesorero de la orden; y a un tal Tayeb, del que sólo conocemos su nombre de pila. El resto de la lista de nombres está compuesto por reconocidas figuras del ámbito empresarial europeo que desean el anonimato por razones legítimas.
Después de la aparición del Señor de Nules, el Consejo Nocturno hizo un pacto con el Cisma de Levante. Interesaba la sinergia con ellos porque utilizaban a la huella de levante como medidor de la magnitud de la siguiente umbra. A partir de ese momento empezaron a sufrir amenazas anónimas. Alguien anhelaba desestabilizarlos.
Nada sabían de sus hostigadores. Furgonetas con matrícula húngara merodeaban los alrededores del Ángel Vigilante. Sometieron a los maestros a un asedio sigiloso continúo. Los persiguieron, los acusaron falsamente de pedofilia, y hasta llegaron a asesinar a varios miembros. Mataron al hierofante del séquito de Baltasar El Harrak en Orán, a Edurne Gabarroca, la anterior directora, y al asistente de Lamberto Mahmud Tannus.
El Consejo Nocturno estaba en declive, había un sinfín de episodios en su historia reciente que evidenciaban la fragilidad de sus decisiones. Traicionaron la confianza de Toro de Acre. Obligaron a Dismas a buscar apoyos por toda Europa. Y Natalia Asensio, en un alarde de altruismo, presentaba al mundo las páginas del Index Librorum Prohibitorum, consiguiendo así que la acusaran de desorden público y enaltecimiento de un culto destructivo.
Los hostigadores de la orden aprovecharon esta situación para atacar su sede, el Ángel Vigilante, e incendiaron la biblioteca máxima estrellando una furgoneta en llamas contra su fachada.
El Consejo Nocturno, derrotado, se vio obligado a abandonar Europa en busca de respuestas.
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