El Zohar (en idioma hebreo זהר zohar, «esplendor») era un valioso activo político en el panorama ocultista, y la única forma de entender el fenómeno desde su raíz. Para bocetar una respuesta al fenómeno, el Consejo Nocturno dependía de su respaldo.
Su rival directo era el Proyecto Querox. Cada logro de Querox era un clavo en la espalda del Zohar. Pero el Zohar no le tenía miedo. Cuando el Proyecto Querox atacó la Torre Luria fue derrotado y sus mercenarios acabaron descomponiéndose en barriles de ácido en el sótano.
El Consejo Nocturno era uno de los aliados del Zohar; un aliado débil, pero honorable a su manera. Y aunque eran simpatizantes tenían diferencias. Mientras el Consejo Nocturno sólo aspiraba a atesorar cada vez más conocimiento, el Zohar intentaba aprovechar ese conocimiento para sus fines.
El centro de operaciones del Zohar estaba en la Torre Luria, en Buenos Aires. Esa era su sede. Constaba de quince plantas de oficinas. Se erigía sobre más de cuarenta firmas empresariales, todas propiedad del Zohar: notarías, asesorías fiscales, despachos de abogados, sedes administrativas de compañías subsidiarias… El legado de Schultze en cuanto a tejemanejes corporativos había sido bien aprendido.
El lujoso vestíbulo de la Torre Luria constituía la única entrada y salida a la superficie, y siempre estaba atendido por vigilantes de seguridad equipados con pistolas semiautomáticas de nueve milímetros.
El ático de la Torre Luria proyectaba su visión del presente y el futuro de forma distinta a la vieja sala capitular del Ángel Vigilante. La única iluminación que tenía era el azul eléctrico de las tiras leds que discurrían sobre el rodapié. De las paredes colgaban reproducciones acristaladas de la obra de Paul Klee, y una soprano susurraba el Lacrimosa de Zbigniew Preisner desde altavoces ocultos, integrados en el minimalismo del entorno.
El Zohar, aparte de tener proyectos de compras de patentes de invenciones relacionadas con el fenómeno de las huellas, tenía negocios que se diversificaban y penetraban en los estratos más inmorales de la sociedad. Tenían sicarios de gatillo fácil y hechiceros que desgranaban el futuro a través de los difuntos. Gente que impartía saberes arcanos y gente que traía hembras de Bulgaria y Rumanía para reactivar los prostíbulos de la cuidad. Eran la pluma que escribía las rimas del brujo, la Visa que cortaba las rayas que sostenían la economía de la ciudad. El Zohar había dejado de ser notaricón, temurá o sefirot: ahora era adaptación asfáltica.
Víctor Amsel era el director del Zohar, su arconte. Vivía en ático de la Torre Luria y nunca abandonaba sus dependencias. Sufría un elevado grado de paranoia, y el hecho de que se pasara el día con la nariz espolvoreada de coca hacía que nadie que tratara con él acabara con la mente sana.
Víctor Amsel deseaba que Bernardo Schultze volviera al Zohar. Ellos nunca dejaron de usar su trabajo para alcanzar lo que él consiguió. Por mucho que lo expulsaran, por mucho que lo tiraran a la fosa de los parias, lo necesitaban.
Ellos sabían más que nadie quién fue…, o qué fue Bernardo Schultze.
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