La Corona Radiata es el libro que más misterios encierra. Y también el que más poder.
Todo lo que se diga aquí sobre su naturaleza proviene de la más pura labor de buscar y ensamblar (como quien busca y ensambla patrones en las anomalías) registros históricos olvidados con las leyendas alucinadas que susurran los moribundos.
Si del original conocemos su aspecto es gracias al incunable de Darius Massenet. Las cubiertas de este libro son de cuero blanco y está enmarcado con pesados refuerzos de bronce. La manufactura es excelente y su interior está decorado con relieves florales. Las páginas están cargadas de versos sagrados, en caligrafía manuscrita, que le confieren unos poderes muy variados, por ejemplo: el toque de sus páginas puede quemar y desgarrar la piel de los moradores de la Parroquia, sus páginas se convierten en un fuego que no cesa, sus versos fulguran con una luz que hace retroceder a los condenados, y también reconforta y sana, como una sábana tibia, a los que no pertenecen a la Parroquia. Este libro se ha usado como protección, pero también como un arma.
El histórico de cambios de la Corona Radiata es un océano ominoso y fosco en el que aún no se ha sumergido ningún historiador. Sabemos poco de este libro sagrado y todo lo que sabemos está envuelto en una bruma de leyendas. Se dice, por ejemplo, que, en los albores del cristianismo, en el umbral del año cero, mucho antes del Primer concilio de Nicea, una anciana de nombre Agnerfándila, sacerdotisa superior del Consejo, agregó una de las primeras partes de las que se tiene conocimiento, a petición de Agnés. Por otro lado, se sabe que los versos más nuevos los añadió Darius Massenet allá por el siglo XVIII, con la intención de renovar los votos entre el Consejo Nocturno y Agnés. Lo acontecido durante esos días se recogió en el Diario del Evento y en el dibujo a carboncillo «Agnés le dicta al maestro». Lo cierto es que nadie sabe a qué época se remonta la primera Corona Radiata, ni el origen de su nombre, ni cuántas plumas anónimas construyeron sus versos a lo largo de los siglos.
El único legado que nos queda (a excepción de dos ejemplares completos), son copias de copias, repartidas por la red y por el mundo; todas incompletas, exquisitas en su mayoría, pero indignas de yacer en las cajas fuertes del Acervo. La réplica más importante es la que duerme bajo la Cúpula del cielo, en la Biblioteca máxima del Ángel Vigilante, en la sede del Consejo Nocturno.
De los dos ejemplares completos que conocemos sabemos que, el original es la que tiene Octavio entre sus manos, abierto al viento, ajado por haber albergado el impuro corazón del Aherrojado y viajando a perpetuidad por las venas abiertas de la Parroquia. El otro es una combinación de partes sueltas de ejemplares incompletos, reunidos y unificados por Toro de Acre en Toledo, en la Cripta Pelayo y que fueron bañados con la sangre de un asesino para liberar todo su poder y así expulsar al Ayante de su escondite.
La Corona Radiata no es sólo un libro, es una fuerza de la naturaleza constituida por la sabiduría de los desterrados, aquellos que sufrieron el influjo cercano de los abismos inferiores y no perdieron la razón. Es un objeto santo. Es la égida de los peregrinos destinados a recorrer los caminos de la Parroquia.
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