Lucero del Alba fue una secta que inicialmente encontró financiación gracias al experimento de marketing de un holding anónimo que quería abrir nuevas vías de negocio. La secta acabó bombardeando Nueva York.
El líder se llamaba Michael no-sé-qué. Su aspecto no era demasiado peligrosos, sólo un poco excéntrico. Parecía un estudiante de Bellas Artes. Su aspecto basculaba entre la languidez triste de un cantante grunge y el magnetismo histriónico de un asesino en serie. Parecía un enajenado. Pelo enmarañado y facciones enjutas. Tenía una estrella en la frente, se la grabó el mismo con un estilete. Por eso algunos le adjudicaron el epíteto de Lucero del Alba.
Los hombres y mujeres de Michael usaban túnicas de color negro y rojo e iban descalzos. Hablaban de ascender a las estrellas y de cangrejos. Decían que todos los secretos del mundo se escondían en el caparazón de los cangrejos, que la quitina era un mapa para encontrar la Atlántida.
La secta se afincaba dentro de una vieja mina abandonada. Los adeptos habían pintado de colores la arquitectura muerta, habían transformado los hierros oxidados de las vigas en esculturas. Todo parecía un cuadro del Bosco.
Un holding de empresas le ofreció a la secta una cantidad obscena de dinero a cambio de que se ofrecieran a representar a la marca. La idea era financiar a otras sectas para minar el poder que estaba acaparando el Consejo Nocturno.
Michael invirtió el dinero del holding en una bomba. Una cosa monstruosa. Una especie de misil balístico que apuntaba a Nueva York. Lo pintaron de rojo y de negro.
Cogieron como rehén a uno de los responsables de marketing que había impulsado la secta y le obligaron a anunciar el lanzamiento del misil balístico intercontinental sobre Brooklyn.
El misil balístico impactó cerca de Battery Park, en Nueva York, provocando una explosión de 1,1 megatones. Se cree que el daño de aniquilación total fue de cinco kilómetros de diámetro. Esto le dio al alcalde de Nueva York argumentos para saltarse la Ley y reorganizar a su ciudadanía bajo edictos orwellianos.
Actualmente Lord Michael y sus esbirros están bajo el máximo nivel de búsqueda y captura.
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