Hubo un tiempo en el cual los accesos a la Parroquia se contaban por centenares. El devenir de los siglos y la presión demográfica hicieron que, cada vez con más frecuencia, la convivencia entre los habitantes de la tierra viva y los seres abisales de la Parroquia fuera imposible. En aquella época se empezó a relacionar el sellamiento coyuntural de estos accesos a la Parroquia con una extraordinaria disminución de los índices de violencia en las poblaciones colindantes.
Se llegó, pues, a la lenta y compleja conclusión de que la Parroquia menoscababa la evolución de las civilizaciones, y se constituyó una orden llamada: Anábasis de los Jinetes, con el fin de intentar clausurar todos los accesos a la Parroquia.
Esta orden estaba constituida por desventurados que, a lo largo de la historia, tropezaron con la Parroquia y terminaron con el alma desordenada, huérfanos de cielo y abismo. Reclutados por Agnés, vagaban entre dos estados: células durmientes o agentes de campo, dependiendo del bramar de la Parroquia.
Hasta la fecha, solo tenemos rumores de muchos de estos agentes, pero constancia solo de uno: Toro de Acre.
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