El lugar de la Matanza es donde se mantiene distraídos a los Serafines mientras la Parroquia confunde al Cavador. Para conseguirlo una marea de condenados es lanzada una y otra vez a su aniquilación. El único objetivo es distraer y retener levemente a los Serafines mientras la Parroquia encuentra una manera de escabullirse de su alcance. Es una matanza infinita.
Al lugar de la matanza se entra por la cilla. En ese paisaje de gigantescas columnas centenares de cuerpos desnudos caen amontonados en medio de un rumor constante de gritos y alaridos, y se derraman sobre una gigantesca pila de cadáveres que amortiguan la caída. Los primeros en caer se destripan contra el suelo, y luego, a fuerza de tirar más y más gente sobre estos, se acaba por hacer un montículo como el de un reloj de arena, permitiendo que los que vienen después no mueran al estrellarse contra el suelo, sino únicamente por el peso de los que caen detrás. Sin embargo, hay cuerpos que ruedan por la ladera del montículo de cadáveres y que llegan hasta la parte exterior, donde unas figuras encapuchadas los ayudan a levantarse y luego los azotan para que corran a través de un pasillo compuesto por látigos, fustas y más figuras encapuchadas, formando así una masa de voluntarios forzosos que corren con las espaldas manchadas de sangre. Por supuesto, no todos los que ruedan salen ilesos. Muchos, por el impulso de la caída, llegan hasta el suelo con más velocidad de la adecuada, y mueren al abrirse la cabeza contra la piedra. Otros, simplemente, quedan aplastados por la muchedumbre, o se rompen un brazo, una pierna o el cuello al trabarse con la confusión de miembros amontonados. Es un ejército reclutado únicamente para servir de carnaza; carnaza para los Serafines.
Cuando la montaña de cuerpos se vuelve ingobernable, detienen el flujo de condenados y limpian la cilla. Los cuerpos los reciclan y en poco tiempo vuelven a estar disponibles para morir. De todo lo que cae, sólo se aprovecha en la primera criba un poco menos de una sexta parte.
Esa pequeña sexta parte supone, aun así, una marabunta imposible de cuerpos desnudos, que llenan de extremo a extremo el pasillo delimitado por los fustigadores en un torrente imposible. Los desgraciados avanzan a golpe de látigo y en sus rostros demacrados, anodinos y desorientados puede leerse claramente que no entienden nada de lo qué pasa.
Después, todos los caminos posibles parecen converger en un único trozo de tierra. El torrente de reclutas se apretuja para continuar por un puente natural. A un lateral se ve, en la distancia, gigantes de hueso, piel y rostros sin rasgos. Pelean con sus piernas sumergidas en el abismo, golpeándose con saña y salvajismo.
El torrente incesante de cuerpos confluye en una gigantesca masacre donde criaturas de todo tipo se mutilan entre ellas y los Serafines aniquilan, inmisericordes, miríadas de condenados, con la violencia indiferente de una estrella eyectando masa coronal. La escena es un enjambre donde reina la locura, la violencia y la confusión.
2 comentarios sobre “Lugar de la Matanza”