Su nombre es Merka Reznik y es la capitana de los Hermanos Vindicadores.
Es alta, de piel morena y en la cara tiene tatuado un detallado crucifijo. Se lo hizo el día que entró en la Hermandad para recordar que debía encontrar el valor de la fe, y para no olvidar que, no acatar las órdenes era exponerse a un consejo de guerra por excomunión.
Los Hermanos Vindicadores visten pesadas y gruesas exoarmaduras con servoarticulaciones. Los cascos llevan luces exteriores y las botas que calzan son acorazadas. En la espalda llevan un rifle de fusión montado mediante un riel y en el pecho tienen acoplados gruesos cuchillos de hoja mate y oscura. Además, las exoarmaduras cuentan con un sistema de autodestrucción que se activa cuando las funciones vitales del huésped se apagan. Las exoarmaduras son de Querox. Aunque los Hermanos Vindicadores no perteneces al Proyecto Querox trabajan para ellos.
Reznik pintó en el visor de su casco una cruz, similar al diseño que lleva tatuado en el rostro.
La capitana Reznik dirigió a sus nueve hermanos vindicadores al interior de la brecha abierta en la estación Atlante. Se zambulleron torpemente a través de la umbra hasta los reinos inferiores de la Parroquia. Su misión: habían sido contratados por Querox para llegar hasta el Peregrino y el Cavador. Les dijeron que iban a alcanzar la santidad matando y muriendo en el Infierno.
Los Hermanos Vindicadores hicieron un pacto con el Vicario: marcharían hasta los Serafines y dispararían contra ellos con sus armas de plasma. Por su parte, la Parroquia los traería de vuelta vivos y abriría un camino hasta el Cavador desde la estación Atlante.
Después de mucho merodear por las entrañas de la Parroquia llegaron al lugar de la matanza. Todo se convirtió de pronto en un torbellino de muerte y haces de fusión a su alrededor. Hasta que un Serafín, terrible y amenazador, se alzó frente a la capitana Reznik. Para llegar hasta él la capitana había perdido a sus ocho compañeros, ocho vidas para encontrarse ante aquella bestia salvaje e imparable. La furia la dominó. Levantó su fusil, apuntó, y la luz colisionó con la luz. Hubo una gran explosión.
Todo quedó a oscuras.
Después de disparar al Serafín apareció de vuelta en la habitación desde donde había partido. Una negrura hueca se extendía en todas direcciones.
El Vicario los había engañado con su pacto. Utilizó el desconocimiento de los Hermanos Vindicadores para provoca una reacción en cadena de la que ni siquiera eran capaces de entender las consecuencias. Habían arrojado la Parroquia sobre la Tierra, dejando un agujero de nada detrás. Un vacío de tiempo acelerado. Disparar a los serafines había provocado un tremendo agujero entre dimensiones. La Parroquia se había proyectado sobre la Tierra.
La hermana Reznik había conducido a sus hermanos a la condenación, para luego borrar la estación Atlante e instaurar un pedazo de infierno en su lugar. Ahora Reznik estaba vinculada a la Parroquia, había pasado a ser parte de ella. Estaba viva en mitad del Infierno, unida a ese vacío. No sufría sus efectos, pero tampoco podía escapar. Esa era ahora su realidad, y la acompañaría siempre.
Su rostro pasó a estar en carne viva. Parecía como si su cuerpo se hubiera dado la vuelta, y ahora la piel estuviera dentro y todo lo demás fuera. Había invertido las realidades, quedándose ella atrás. Su cuerpo era una masa rojiza y carnosa que parecía unirse con la armadura.
Seguía viva, pero su naturaleza era algo singular.
Reznik se prestó a conseguir los intereses de la Parroquia. Al fin y al cabo, estaba hecha para sembrar muerte y recibir órdenes. El Vicario le prometió que a su lado haría grandes cosas. Dejaría de ser una mercenaria al mejor postor. Sería un brazo ejecutor, una serafina negra. Una señora de los condenados. Y para ello sólo tendría que mutilar, destruir y arrasar.
Después de eso, ocho grandes figuras entraron andando con pasos que hacían que le suelo se estremeciera. Eran sus hermanos caídos. Las armaduras estaban sucias de sangre y ennegrecidas por la explosión interior, parcheadas aquí y allá con salvajes remaches propios de un herrero loco. Las habían erizado de púas, clavos y cuernos sin ningún tipo de orden, dándoles el aspecto de una infernal tropa demoníaca. Y dentro, tras los visores transparentes de los cascos, se apreciaban los rostros cadavéricos y desfigurados de sus hermanos.
Un escuadrón remendado y reanimado para servir con ella en la eternidad.
Todos salvo uno.
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