La desembocadura del Cavador es la madre de todas las convergencias.
Está gruta inmensa está más allá de todos los más allá, en las profundidades invisibles, allí donde chocan los reinos, donde las matemáticas se descomponen en símbolos sin significado. Quizás entre las estrellas… Quizás en la frontera de la Creación con la Nada.
Es el fin de todas las cosas. El vertedero más profundo de la Creación. Donde las energías más densas del universo se disuelven y se regeneran, se transforman y se potencian. Es la frontera en la cual, el Cavador, quieto, inconmensurable, recibe entre sus manos abiertas los desperdicios de los condenados, un maremágnum de entidades en magnifica entropía, para tamizarlas y purificarlas.
La gruta es como un castillo de mil puentes levadizos en pleno proceso de apertura. La cavidad de roca discurre como dos hemisferios de una caverna cuyo término se sugiere en la línea crepuscular. Todo está plagado de estalactitas y estalagmitas cuajadas en una suspensión monumental… Parece una espesura de zarzas gigantescas, retorcidas y petrificadas, abiertas al infinito.
Álvaro Aparicio 
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