El Cavador

El Cavador no es un alma, no es un humano y no es un dios, se podría decir que es una fuerza primitiva, una expresión del Universo, uno de los avatares de la Creación.

Su aspecto, ligeramente antropomórfico, es siempre desconcertante y misterioso. Se asemeja a un coloso cadavérico del tamaño de un gran sol negro. Hermoso y brutal como la erupción de un volcán. Ominoso y lento como un impacto entre planetas.

Se cree que el Cavador nació del mismo átomo que generó a Saturno, concebido en el abismo y expulsado por un agujero negro después de un festín de planetas.

El Ayante es su hijo bastardo, pero no es el único, en su herencia palpitan incontables temores.

Aunque se le ha visto vagar por las inmediaciones de la Parroquia, su morada se encuentra en la desembocadura que está más allá de las profundidades invisibles, más allá de las estrellas, en la frontera de la Creación con la Nada. Allí, hundido en el resplandor crepuscular del último horizonte, recorre esos páramos anegados de hiel, alimentándose de lo más denso, absorbiendo las amplificaciones del caos. En sus inconmensurables manos tamiza lo denso; dejando escapar lo más liviano entre los intersticios de sus dedos. Sólo queda lo peor. Su misión es purificar las raíces del mundo, comerse la ponzoña, arrancar el delirio. Cava para enterrar el dolor, para sanar la tierra. Consume las fosas para salvar a los vivos. El Cavador es el catalizador de todas las depravaciones de la humanidad. Es el gran restaurador. Sin el Cavador la tierra enloquecería y las umbras llegarían.

Las épocas más oscuras del hombre captan la atención del Cavador, durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial resurgió con mucha actividad, y después de la caída del muro de Berlín fue languideciendo poco a poco. Cuando no es necesaria su presencia vaga por lo planos inferiores en una espera al margen del tiempo, durmiendo las eras. Hace falta una brutal expresión de violencia y desolación para que despierte. Lleva lustros vagando por su desembocadura, mitigando el enloquecimiento de la Tierra.

Pero es tal la magnitud de los acontecimientos, de lo que se ve, de lo que jamás será visto, que ha resurgido. Algo ha captado su atención, y es como un tiburón que huele sangre. Su advenimiento está provocando un cisma en la Creación, y aunque él es la consecuencia y no la causa, su reaparición está haciendo que los Serafines apunten hacia él, tachándolo de principal causante. El Cavador, con su condición de quinta esencia de lo denso, representa coyunturalmente aquello que los Serafines, elementales de cólera y luz, más aborrecen. Por eso intentan diezmarlo.

Agnés y el Peregrino viajaron hasta la Desembocadura de todas las confluencias. Engañaron al Cavador. El Peregrino le ofreció la materia más impura del Universo, el corazón del Aherrojado, para que él, acuciado por su anhelo asimilador, lo persiguiera por las entrañas de la Parroquia. Así lo confundieron. Así lo escondieron de los Serafines.

Ahora va detrás del Peregrino, víctima de las dimensiones variables de la Parroquia, reptando y mugiendo, enloquecido por el aprisionamiento de esfínter contra el que pugna por seguir adelante. Lo que está pasando en la Tierra viviente es producto de la ausencia del Cavador, de su incapacidad de ejercer como catalizador. Los embalses energéticos rebosan desechos e inmundicia; las umbras iluminan nuestras noches y las huellas irrumpen en nuestra realidad.

13 comentarios sobre “El Cavador

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