Bernardo Schultze es un astrónomo capaz de dominar umbras.
Criollo, de buen linaje venido a menos, de ojos azules y rasgos germánicos. A principio del Siglo XIX fue propietario de un ingenio azucarero en la provincia de Tucumán, al norte de Argentina. En aquella época sólo era un empresario descapitalizado en busca de inversores…, pero en sus objetivos subyacía una motivación sorprendente: captar europeos para impulsar El Zohar.
Durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando la fiebre amarilla asolaba las calles de Buenos Aires, se alzó El Zohar, y él se convirtió en gran maestro de la orden.
En 1918 visitó España. Se presentaba como un astrónomo argentino, y en la alta sociedad se le veía como una especia de vidente dicharachero que divertía a las damas con sus disertaciones lisérgicas. El día que se le invitó a una fiesta en el Real Sitio de San Ildefonso, se le incitó a celebrar ceremoniales improvisados, para satisfacer la curiosidad de los presentes. A causa del éxito de esos ceremoniales, pocas noches después empezó a rodar por palacio la pesadilla de la Preñada. Se dice que esa noche fue capaz de amaestrar una umbra y que los presentes pudieron ver a través de ella el planeta amarillo.
En la década de los 30 ya dirigía un conglomerado empresarial orquestado por varios testaferros. Y así siguió durante casi medio siglo; combinando su faceta esotérica con sus aspiraciones empresariales. Schultze sabía que el progreso de la ciencia proviene del arte de la guerra, y en ese afán por perfeccionar la industria de la destrucción encontró su lugar.
La investidura presidencial de Perón coincidió con la fulminante expulsión de Schultze de El Zohar por presión de una camarilla reformista. Se le culpaba de coquetear con un tipo de arte prohibido llamado umbraculación. Nadie lamentó jamás su pérdida.
Que se sepa, no existe partida de defunción que esclarezca su estatus vital. De seguir vivo, Bernardo Schultze debería tener casi… doscientos años.
Sólo unos pocos saben que ahora vive en uno de los respiraderos de la Parroquia. Agnés entendió el valor del astrónomo, por eso lo confinó en un espacio donde la Parroquia actuaba de muralla, enclaustrado y padeciendo una vejez que alguna vez se atrevió a llamar inmortalidad.
Ahora va en silla de ruedas. Por el respaldo sobresale una calva constelada de manchas. Sus ojos, blancos como la leche, están anegados de cataratas. Lleva ropa apolillada y descolorida por la acción del sol. Decrépito como sólo una longevidad endemoniada puede castigar el cuerpo. Es un alma condenada a yacer al margen de la realidad.
Sobre él pesa tanto mal hecho…, tanta ambición estúpida y fracasada que considera un alivio la eternidad en los infiernos, eso dice mucho del tormento que significa su existencia.
Pero es el único que sabe la magnitud de la última umbra. Es el único que sabe lo que caerá ensartado de los cielos.
6 comentarios sobre “Bernardo Schultze”