El Arriero quizá sea la primera entidad con la que se encuentran muchos nuevos condenados al llegar a las proximidades de la Parroquia.
Desde el pescante, inclinado sobre sus rodillas, gobierna una descomunal carreta llena de cadáveres amortajados y apilados. El arriero conduce con asfixiante lentitud entre los cenagales fangosos de los Reinos fronterizos de la Parroquia. A la cabeza del carro, dos asnos macilentos, de cabeza gacha, testuz al frente, y patas resentidas por el peso de la carga, lo hacen progresar a través de las inmediaciones de la Parroquia.
Tiene la cara de un cadáver en semi descomposición, luce una piel apergaminada y un bigotillo largo y cerdoso que cubre una sonrisa de quemado: sin labios. Viste unas ropas andrajosas hechas jirones y un sombrero de ala ancha que le cubre un cráneo sin cabello. Su imagen hace evocar algunas ilustraciones del diablo.
Su empeño es el de mantener saciadas a las jaurías de condenados que moran en las cercanías de la Parroquia con los despojos humanos que transporta en su carromato.
Su sosegado merodear por los cenagales, y el hecho de no encontrarse en el interior de la Parroquia, confunde a los ingenuos, que lo consideran un simple cochero. Pero no es así: el Arriero es una entidad descomunal, uno de los pocos que recuerdan haber visto al Cavador fuera de su desembocadura, conocedor de la lengua vernácula de los espantos, agente del Aherrojado y el único autorizado de recorrer todos los atajos de la Parroquia.
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