El nombre real del Peregrino es Octavio Nunier. Cuando estaba vivo era un hombrecillo depauperado por angustias inenarrables. Ahora es el pastor del mismísimo Cavador.
Era un hombre de edad media, flaco, pelirrojo y de hirsuta barba erizada. Se casó con una bella mujer llamada Adriana y fruto de ese amor nació su hija Claudia. Nunca se comportó ni como un buen marido ni como un buen padre. Octavio era egoísta, inseguro, cobarde y conformista. Su mujer llegó a despreciarlo tanto que acabó por serle infiel con un vecino.
Octavio al enterarse de las infidelidades de su mujer, de que se había quedado preñada y de que no tenía intención de abortar, tuvo un arrebato de locura transitoria. Aplastó un vaso de cristal contra la encimera y, cogiendo uno de los trozos de cristal, rajó el cuello de su mujer.
Después de asesinar a su mujer intentó suicidarse sin éxito con una maquinilla de afeitar. Desesperado, vencido por la culpa y la cobardía, resolvió pedir ayuda a Vicky, una prostituta de la que estaba enamorado, para hacerse con la mayor cantidad de droga posible. Cuatrocientos euros de cocaína aspirados de golpe le incendiaron la sangre en un clímax abrumador. Pocos minutos después moría entre espumarajos y convulsiones.
Los detalles de estos sucesos los relata Servando Caballero en un artículo para el periódico digital Bitácora 9.
No se sabe por qué una hija de la muerte lo eligió como banderizo. No se sabe qué cualidades vio Agnés en esa alimaña indigna para ser elegido como el cebo del Cavador. Lo que sí sabemos es que formaron alianza para llegar hasta lo más profundo de la Parroquia, hasta la última Desembocadura, con el fin de atraer al Cavador, y pastorearlo en una persecución eterna.
En su viaje por las entrañas de la Parroquia se convirtió en el confidente de un demonio susurrante, lo signaron con la marca del traidor, Cárcava lo reclamó como siervo, una masa de condenados inferiores lo despedazaron y lo dejaron ciego, recorrió mil años luz de planos entrechocando, y se convirtió en el pastor del Cavador.
Ahora vive en una simulación, soñando en un bucle sin fin, ignorando que participa en una persecución eterna por las arterias de la Parroquia. Octavio y el Cavador rugen en las tripas de la Parroquia, el segundo persiguiendo al primero como un galgo persigue a un conejo. Octavio huye en el carro del Arriero, portando el corazón del Aherrojado en el pecho y la Corona Radiata en las manos. En pos de él van las fauces que gruñen y salivan del Cavador.
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