La umbras (bautizadas así por el meteorólogo Javier Ros) esculpen nuestro firmamento barrido tras barrido. Son colosales tormentas que se suceden una tras otra con regularidad creciente, arrojando materia degenerada y apagando las luces del mundo.
Las umbras se forman como frentes de tormenta, pero a mayor velocidad. No existen antecedentes de tormentas capaces de generarse tan rápido. La visión es como una muralla de cumulonimbos con una fuerte actividad eléctrica que avanza alumbrándolo todo a fogonazos. Una visión tan anómala como desconcertante. El cielo pasa del azul claro de un día despejado a volverse amarillo para después mutar en rojo. El firmamento se llena de pequeños destellos en forma de diminutos relámpagos que muestran un millar de matices de colores que no existen. El aire se llena de turbulencias, como si se hubiera escapado un jirón de nube transparente y un tornado la estuviera retorciendo. De la nada, surgen jirones de nubes moradas que se unen y se separan en una coreografía cenital. De las brumosidades cromáticas surgen zarcillos como si fueran los cilios de alguna clase de bacteria luminosa; finos hilos como tentáculos nebulosos de aire y relámpagos que pronto se tornan en monstruosos haces cerúleos. Una legión de diminutas luces de neón ruge de energía y rutilan en el interior de nebulosas púrpuras, fucsias y azules. El horizonte se tiñe de una amalgama boreal de azures y magentas. Las irisadas tonalidades se derraman en colores por la bóveda celeste.
Al pasar dejan tras de sí el resplandor de constelaciones sin nombre y la continua aparición de nuevos astros en los cielos; exoplanetas en tránsito frente a soles remotos; supercúmulos que arden en inconmensurables piras de luz; derivas de cometas que tachonan la atmósfera de estelas fantasmales. Todo en un tapiz de brumas cromáticas de angustiosa belleza.
Las umbras a veces son tan fuertes que engendran leviatanes en el cielo. La umbra de Valencia soltó colosales formas vermiformes con el aspecto imposible de dragones. El cielo nocturno se plagó de seres sólo concebidos para surcar los colores de las nebulosas.
Se cree que cada umbra trae fenómenos derivados. Las primeras umbras trajeron las huellas, seres intermitentes hechos de bruma estática. Luego, con las sucesivas umbras, esas huellas se hicieron permanentes. Cada umbra agrava enormemente la sensación de invasión silenciosa. La undécima regó la Tierra con una sutil variación en la conducta de las huellas: las hizo perceptivas. Y con las sucesivas vinieron las llamadas huellas de segunda y de tercera clase.
Los supervivientes de la última umbra la bautizaron con el nombre de: «La Caída».
Las umbras son un fenómeno producto de la ausencia del Cavador, de su incapacidad de ejercer como catalizador. Al no estar este en su Desembocadura, los embalses energéticos rebosan desechos e inmundicia. Y las umbras son la sublimación de esos efluvios retenidos.
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