Cárcava

Cárcava es una Lamia del mundo antiguo; una furia mesopotámica, pérfida y aburrida que se presta a ser la guía de Agnés en su descenso a los laberintos de la Parroquia.

Su apariencia es de dríade, con la piel de madera carcomida, repleta de imperfecciones, golpes y desgarros que dejan ver cuan hueca está por dentro.

Del interior de su rostro, entre las oquedades, sobresale un leve brillo incandescente. Su cabeza astada parece coronada por dos explosiones de ramas erizadas y cubiertas de costras. Entre sus labios resecos brota una lengua bífida y un aliento a cenizas. Su pecho abultado revela una feminidad vestigial. Los brazos son largos como los de un simio y las patas torcidas como las de una gárgola. Parece un cadáver absorbido por las raíces invasoras de un árbol centenario.

Pero no siempre ha sido así. Al principio no era más que una cortesana, una ramera palaciega. La irrelevancia de su papel, su sagacidad y su deseo de poder le granjearon el acceso a secretos de alcoba cada vez más jugosos. Si existía la posibilidad de que llegara a sus oídos nueva información, era capaz de sobreponerse a la repulsa física que le provocaban los que buscaban sus servicios. Si aparecía cualquier tipo de competencia, contrataba dagas o espías. Si alguna mujer bien posicionada la veía como una amenaza, envenenaba los pañales de sus recién nacidos para que el duelo se las tragara. Con cada atrocidad ganaba tiempo, los nobles se perdían entre sus sábanas, y mientras, ella movía los hilos de incontables guerras. Ahora es una diablesa: vacía, estúpida y terriblemente maligna. Una colosal entidad mesopotámica, que ocupa el trono del Aherrojado, que está conectada a la Parroquia a través de su corona y que se aburre espantosamente.