Dismas era uno de los veintidós maestros que conformaban el Consejo Nocturno.
Siempre tuvo vocación de eterno errante, pero cuando empezaron los umbras, se vio en la obligación de recorrer Europa buscando aliados entre las células menores del Consejo Nocturno. Los eventos lo desquiciaron de tal modo que cayó en una depresión crónica. Se sentía frustrado por ser un embajador sin propósito.
Su aspecto era el de un viejo castigado y cabizbajo. Vestía una gabardina con manchas de barro, unos mocasines reventados y una expresión desencajada de fugitivo sin tiempo para afeitarse. Fumaba tabaco de liar y sus gestos eran los de alguien con manifiesta inestabilidad mental. Era como un lobo al que le habían arrebatado el bosque, una majestad hecha espanto.
En sus viajes visitó la cárcel de Pademba, allí pudo grabar en audio las entrevistas que le hizo a los testigos del Ayante. Vio en los Jameos del Agua, como una mujer se convertía en el núcleo cárnico de un ser espectral. Cabalgó junto con Toro de Acre por un Lanzarote desértico y reducido a ceniza y obsidiana, mientras la decimoséptima umbra engullía la isla. Presenció como una jauría de huellas devoraban al Bégimo de Lanzarote. Contemplo para querer olvidar, al gul de Pademba. Y viajó al Acervo para ser el próximo custodio de todo el saber que había acumulado su orden.
Durante sus viajes no dejó de enviar audios a Mael. Tal vez para no sentirse tan acorralado y desguarnecido. Tal vez para no sentir que todo lo que estaba haciendo no servía para nada… O tal vez, para no pensar en las últimas palabras que le dijo Toro antes de despedirse de él: «no vivirás más de un año a partir de este momento».
Al llegar al Acervo se propuso escribir, junto con Luana, un bestiario con todo el conocimiento que contenían las cuarenta y siete cajas fuertes de Acervo. Un compendio para inmortalizar nombres, lugares y hechos, fechas y símbolos, repercusiones y orígenes de todo el saber que alguna vez abarcó el Consejo Nocturno. A ese compendió le llamó Códice Nocturno. Después de terminarlo se suicidó de la peor manera que alguien puede imaginar: se enclaustró junto a una huella de clase supermasiva menor.
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