Las huellas son trazos volátiles de formas apenas humanas.
Al principio los científicos no acertaban a denominar a estos seres sin nombre. Se les empezó a llamar huellas tras la Cumbre de la Tierra de Yakarta a raíz de un estudio que expuso ExoSun Farma. El nombre no podría ser más acertado, pues dejaban una impronta imborrable en todo aquel con el que establecían un contacto más profundo.
Las huellas son formas humanoides con destellos azulados. Algunas tienen intermitencias, otras son nítidas. Estas presencias aparecen y desaparecen sin más patrón que los alrededores de un mismo punto. Se parecen a nosotros, pero que no cumplen ningún propósito, no manifiestan agresividad ninguna, sólo muestran una desconcertante indiferencia. La silueta de las huellas se percibe como una vibración por la convulsión de los planos, pero si las atacas con algo contundente se deshacen en el instante del impacto y se rehacen con una exhalación de bruma líquida. Lo peor es su olor, algunas despiden una pestilencia tan nauseabunda que provocan arcadas. Emiten un olor pútrido, a agua estancada, que revuelve las tripas. La electricidad las atrae como polillas, pero también les gusta la luz y el calor.
Emanan una atmósfera glacial. El aire se enfría a su alrededor sobrepasando, en ocasiones, los 40 grados bajo cero. Esto ya ha sido causa de numerosas muertes en distintas partes del mundo.
Tocar una huella te expone a un frío abisal capaz de necrosarte una extremidad. Las criaturas vivas no soportamos la proximidad de la muerte en su mayor estado de pureza. Su mero toque hace que los perros pierdan el color, dejen de ladrar y se asfixien. Los rebaños se dispersan, los pájaros aterrizan consumidos en la hierba y la vegetación se marchita. A nivel epidérmico, la sensación es parecida a la de tocar hielo con la piel desnuda. Como si te encerraran en un congelador. Te corta el aliento. No puedes pensar; y lo poco que piensas, se vuelve inconexo, absurdo, doloroso. Estás en el radio de influencia de la huella. Tu CPU basado en neuronas, axones y sinapsis se vuelca en la imposible tarea de reinterpretar los mensajes sensitivos de una consciencia erigida en el vacío. El lenguaje ensamblador se desmorona. Trenes de impulsos eléctricos que descarrilan y sitúan tus biorritmos en una frontera de riesgo. Pierdes el control de la vejiga, del esfínter, incluso del parpadeo; y, si la proximidad es mortal, como va implícito en el término, la parálisis suprime el reflejo de respirar. Acabas vegetal…, carne petrificada ante la mirada de Medusa.
Si una huella penetra tu carne, un burbujeo insoportable inflama el pecho, los pulmones de deshacen y la garganta se seca. La lengua se endurece hasta partirse en dos, y los intestinos supuran músculo en descomposición. Como las escamas de un pescado hervido, la piel se va despegando y los huesos, que ya están hechos de mantequilla, se funden unos con otros en un amasijo irreconocible. Por último, la médula entra en ebullición, y el cerebro, que nunca está preparado para un viaje semejante, sale disparado a la velocidad de la luz con la misión de orbitar a miles de millones de kilómetros de allí hasta sumergirse en la más fría de las constelaciones, para después estallar.
Según el Padre Araujo: «Las huellas son aquello que nosotros podemos, más que ver, intuir sobre el alma humana». Pero no son más que elementales de agonía sufriendo la monotonía de su existencia. Energía acosando energía; agujeros negros sustrayendo luz a las estrellas vecinas. Las huellas no son más que sombras en las paredes de la caverna.
La primera aparición de una huella persistente fue en la base antártica australiana Cassey. Esto marcó el principio del fenómeno. Al sexto mes desde la aparición de la huella de Cassey apareció la huella del Señor de Nules. Las primeras imágenes recordaban a esas típicas figuras obtenidas por una cámara Kirlian, nimbadas por un efecto corona. En Castillejo de Robledo, una pequeña localidad de la provincia de Soria, es otro de los lugares donde hubo una gran concentración de huellas. Pronto lo invadieron todo y se fueron haciendo cada vez más corpóreas. Había lugares en los que había una especial concentración de huellas y las residencias de ancianos eran uno de esos lugares.
Sobre las huellas retumban los efectos de las umbras, son sus medidores entrópicos. Pruebas científicas avalan la evolución y el aumento del número de huellas tras el paso cada umbra.
Hasta el momento hay catalogados tres niveles de huellas: las de primera clase o huellas menores, de aspecto humanoide y carácter esquivo; las de segunda clase o supermasivas menores, con un aspecto variable y una altura que alcanza los cuatro metros; y las de tercera clase o supermasivas, que pueden llegar hasta los veinte metros de altura, con un radio de influencia que es patente en el aplastamiento de los objetos que tienen próximos, y que disparan la peligrosidad del fenómeno a un nuevo rango.
Las huellas no son un milagro, sino un factor de creciente perturbación; un cataclismo social que ha traído el caos, el miedo y la destrucción.
El fenómeno de las huellas puede considerarse la peor psicosis colectiva del nuevo milenio.
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